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Mantenerse vivo

    SOMOS muy distintos, con muchas diferencias entre unos y otros, pero tenemos que activar la cultura del sueño para mantenernos vivos. Lo más esperanzador siempre es levantarse unido al análogo, reconciliados entre sí y con la naturaleza, sabiendo que la fertilidad de la tierra como la de cualquier ser laborioso, también proviene de la capacidad de suministrar los nutrientes esenciales, que son los que verdaderamente mejoran la salud. De ahí, la importancia de un sistema educativo que reconozca la primacía de todo ser humano, como ciudadano abierto a las raíces conciliadoras de la verdad y el bien. No importan los lugares donde se habite, todo se ha globalizado, lo que interesa es el empeño que pongamos en el camino de la vida y en sus sustentos, con sus recias vivencias comunitarias, para continuar luchando por hacernos la existencia más llevadera para todos.

    Los datos y las situaciones han de hacernos sentir más solidarios. En 2023, y según el Panorama Humanitario Mundial, 45 millones de personas de 37 países corren el riesgo de no poder salvaguardarse dinámicos, a causa del hambre, mientras otras gentes derrochan los recursos. Por eso, es esencial alcanzar un camino de aproximación, debido a la unidad en la diversidad y al testimonio natural de que nuestro propio linaje se mantenga resistente y hacendoso en sus vínculos, dando continuidad a la especie, redescubriéndonos y cultivando la auténtica sencillez del afecto. Sólo así, podremos dar aliento a nuestro itinerario viviente, con un renovado contexto productivo que nos de miradas nuevas y pasos efectivos en nuestro camino de concordia.

    Seguramente tendremos que vivir menos para nosotros y más para los demás, tomando conciencia sobre la importancia de mantener unos ecosistemas sanos, junto a un bienestar humano que pueda saciar su sed de interrogantes. Hay que custodiarse en forma como sea, lo subrayo. Necesitamos salir de nuestro encierro de intereses, postura tremendamente egoísta que nos impide llegar a ser ese poema celeste, que es el que nos acrecienta la substancia alegre de nuestros corazones. No al poder que nos aborrega y domina, bajémonos de los pedestales y encendamos el fuego del querer, que es lo que realmente nos hace ser fructíferos e inagotables. La felicidad en suma, no se trata de poseer o de convertirnos en alguien, no, la verdadera placidez surge de conservarse en acción, arriesgando juntos y con la alegría del auténtico compromiso en las manos unidas y el consabido descanso en las pupilas.

    Al suelo por el que caminamos le pasa lo mismo que a nosotros, si lo alimentamos también nos alimentará, como si cultivamos la cultura del abrazo, nadie se resistirá a abrazarnos. Todo se reconstituye, volviéndose más abundante, en donación; con consecuencias directas sobre el ser humano. Hoy más nunca, hemos de propiciar impulsos que nos hagan renacer, más allá de las murallas de la rutina, de una vida embobada en los vicios y embotada en el consumo, más allá del miedo a lo desconocido, porque en realidad lo que nos rejuvenecen son los verdaderos deseos contemplativos, de levantar la mirada y sorprenderse hasta de uno mismo. Al fin y al cabo, nosotros somos lo que deseamos. Por desgracia, las fuerzas de la división y el odio están encontrando un terreno fértil en un paisaje lastimado por la injusticia y los conflictos.

    07 dic 2022 / 01:00
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