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Reseña Musical

María Victoria Jericó y Manuel López Jorge, en “Metáforas do silencio”

    “Metáforas do silencio”, ciclo dedicado a la música de cámara de L.v. Beethoven, con motivo del “250 Aniversario de su nacimiento”, recupera sus posibilidades tras la obligada cancelación y que a efectos reales, supone un traslación de fechas. El Paraninfo da Universidade-20´30 h., que por urgencias de aforo, se repetirá el día 6-, recibe hoy tres sonatas para violín y piano, de las que serán intérpretes María Victoria Jericó y Manuel López Jorge. Para confirmar la ansiedad sobre el ciclo, bastará con que recordemos la obligada repetición del concierto de Javier López Jorge, con tres sonatas para piano, anunciadas para el pasado 31 de marzo. María Victoria Jericó Francés- violín- y Manuel López Jorge- piano- colaboraron en la “Xornadas de Música Contemporánea” de 2019, en el Auditorio de Galicia, acompañando al violinista Luís López Jorge, venturosa presencia de una familia de melómanos bien avenidos, a los que se añadió Manuel López Jorge, el chelista Millán Abeledo y la pianista Elisa Martín Bragado, lo mejor de cada casa, para dejarnos obras de Federico Mosquera, el talento imaginativo de Manuel López Jorge y Fernando Buide del Real.

    Victoria Jericó y Manuel López Jorge, formaron el “Dúo Stellae” en 2012 en Londres, y su primera aparición pública la realizaron pocos meses después, con el estreno de la obra “Claroscurso”, de Manuel, en el “Festival de Música Contemporánea Knot the Usual”. Desde entonces, vienen realizando conciertos por España, Inglaterra y Escocia. En el año 2015, fueron premiados con el “Jeejeeboy Prize”, para violín y piano, por su trayectoria. Recibieron clases de maestros como Deniz Gelenbe, Richard Ireland, Rita Wagner, Cibrán Sierra, Krysia Osostowizc, Xabier Gagnepain o Andràs Kemenes. También del prestigioso “Quartet Mosäiques” o el “Wihan Quartet”. Participaron en el naciente curso “Airas Nunes”, de ejemplar evolución.

    Para comenzar, la “Sonata para violín y piano, en Fa M. (Primavera) Op. 24”, un título que se le adjudicará tras la muerte del autor, en un reconocimiento colectivo. Es la primera para esa formación en cuatro tiempos y es un símbolo de perfecta sencillez. Es admirable el tema que abre el “Allegro”, con un amplio desarrollo equilibrado y reposado. Aunque por momentos pueda parecer demasiado bella y seductora, su luminosa perfección no se conforma con la autocomplacencia, dejándonos una sensación de paraíso perdido. Para mayor curiosidad y ante una composición de semejantes planteamientos, el autor comenzaba a tener las primeras sensaciones de sus dolencias de oído, tema que le llevará a confiar a su particular amigo Wegeler, una carta en los siguientes términos: “Mi querido y buen Wegeler, me preguntas por mi situación financiera. En realidad, no es demasiado mala. Lichnowsky, por extraño que te parezca, siempre ha sido y será un amigo querido (hay pequeñas desavenencias es cierto, pero que han tenido el efecto de reforzar nuestra amistad); por cierto, no hace mucho una suma segura de 600 florines, suma que podré percibir hasta que encuentre un acomodo más adecuado. Mis composiciones son rentables y he de reconocer que tengo más encargos de los que puedo dar abasto. Pero hay un demonio envidioso, es decir, mi mala salud, ha puesto chinitas en mi camino. De un tiempo a esta parte, mi oído se está volviendo cada vez más débil...”. Una sonata que tendría una edición en Viena, en 1801, con la firma de “Mollo”

    La Sonata nº2, para violín y piano, en Do m.”, del “Op. 30”, publicada al año siguiente, y fruto de un año con pocos resultados gratos, en el que buscaba consuelo en la soledad, año del conocido “testamento de Heiligenstadt”. Estamos ante el grupo de tres sonatas que para el estudioso Solomon, marcan un claro progreso logrado gracias a la expansión de las sonoridades asociadas a la tonalidad y a momentos de un pathos heroico, que indican que Beethoven, estaba próximo a alcanzar el límite del estilo clásico de la madurez. En el plano expresivo, esta segunda sonata está considerada como la más importante y densa de las tres sonatas, pese a no llegar al nivel de las “Op, 26” y “Op. 27”. En esta composición, se reafirma el importante temple beethoveniano, ese elemento que la crítica romántica, tan necesaria de acelerar pasos, tildará, como queda dicho, de pathos heroico. Si la anterior sonata fue la última decididamente orientada a un pasado, que el autor consideraba como irrecuperable, en esta estaremos ante una obra completamente emancipada.

    La “Sonata para violín y piano, en Sol M. Op.96”, de 1812, a la distancia de diez años de la “Kreutzer Op. 47”, será la última de las sonatas para esta formación, aunque dejaba la puerta abierta a probar de nuevo. Es el año de la “Sinfonía nº 7” y la “Octava”, y habrá quien encuentre elementos en común en el tratamiento de las obras. Se admite que la escribió con inusual celeridad, tras el regreso a Viena, después del retiro estival en Linz y como en tantas otras obras, nos encontramos con un dedicatario, que en esta ocasión será el archiduque Rodolfo. , alumno y profundo admirador del maestro. Fe estrenada en el 29 de diciembre de 1812, por Pierre Rode, célebre violinista y el mentado archiduque al piano. Estamos ante un interesante período en cuanto a la construcción de violines, que vivirá sustanciales modificaciones. El trasteado y el mástil, habían sido alargados sensiblemente; el puentecillo elevado y, por consiguiente, aumentaba la tensión de la cuerda.

    03 nov 2020 / 00:00
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