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Marruecos, de aquellos polvos

    APENAS habían pasado seis años del aciago 1898, cuando perdimos Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Quizás por eso, cuando en abril de 1904 franceses e ingleses llegan a una entente cordial sobre África y, fruto de su sincera desconfianza, le reconocieron a España sus históricas aspiraciones sobre el norte de Marruecos, aceptamos sin saber donde nos metíamos, con la ilusión de reverdecer los laureles imperialistas. Dos años después, en la Conferencia de Algeciras, nos endilgaron la franja de Ceuta a Melilla. La región del Rif: la zona más pobre, con la orografía más complicada y la de mayor agresividad de los nativos. Con el bisoño Alfonso XIII al mando presagiaba tormenta.

    Desde la planificación a la táctica militar desarrollada es difícil hacerlo peor. Un ejército desmotivado, formado por las clases bajas que no pueden pagar la redención o el sustituto, mal armado y peor alimentado. En 1909 nos dan un humillante aviso en el Barranco del Lobo, pero tiramos hasta 1921 con la misma letanía. Dos militares, Dámaso Berenguer (el de la Dictablanda) en Ceuta y Fernández Silvestre en Melilla, con poca comunicación, sin coordinación, nos llevan de cabeza al llamado Desastre de Annual: la masacre de más de 10.000 soldados (en el Expediente Picasso también se ponía en evidencia el papel del Borbón).

    Sólo después se tomó en serio a aquel enemigo y con la ayuda de los franceses por el sur se le metió en vereda, pero siempre sin poder darles la espalda. A partir de ahí la leyenda del idilio de Franco con los moros, una simple cuestión de mercenarios, y la fraternal relación de Hassan II con Juan Carlos I, el ignominioso pago por regalarle el Sahara Occidental. Pero nunca hubo ni hay simpatía o complicidad. Ni tan siquiera buena vecindad.

    El rey Mohamed VI juega sus cartas con mayor habilidad que todos los gobiernos españoles que ha conocido. Su apuesta no es la rica –pero débil– Unión Europea, a la que sablea cuanto puede. Es Estados Unidos, que sin complejos lo trata como aliado estratégico y que a cambio de ser el primer país árabe en reconocer al Estado de Israel aceptó su soberanía sobre el Sahara. Pero también Francia ha jugado a menudo a su favor por intereses económicos.

    Llevamos las de perder porque en España ni en eso nos ponemos de acuerdo y la UE no tiene política exterior común, más allá de comunicados cogidos con alfileres. Mohamed VI lo sabe. Maneja con soltura el asunto para distraer y debilitar a su oposición interna, mientras sigue con la labor de enriquecerse a cuenta del hambre de su pueblo.

    27 may 2021 / 00:00
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