Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

Matemáticas anatematizadas

Siempre que acaba un nuevo curso, y el actual está a punto de llegar a su fin, pienso en aquellas materias con las que se pierde toda relación al cambiar el instituto por la universidad, por la vida laboral temprana, por unos precipitados años adultos o por una incipiente existencia perra o canalla no siempre reconducible, que todas estas fases son circunstancias a las que te puede conducir el tránsito post-adolescente, estados que ni son excluyentes ni siguen necesariamente este orden cronológico descrito. ¿Quién no sintió, al menos, una mínima probabilidad de pena el día en que supo con absoluta certeza que nunca jamás volvería a examinarse de la asignatura de matemáticas, es decir, el día en que se liberaba para toda la vida de las obligaciones de lidiar con los laberintos de esta temible disciplina e incluso de estudiarla?

De acuerdo, seguro que la respuesta arroja un número de alumnos porcentualmente tan bajo que casi se podría decir que a las matemáticas prácticamente nadie las llora (no hay que ser absolutos porque ya saben que la existencia real del cero es muy incierta). Se puede asegurar que esto es así porque la prueba del nueve de esta conclusión es una operación muy sencilla de realizar, si alguien las echase tanto de menos sólo sería cuestión de que se matriculase en ellas en el curso siguiente y la ecuación quedaría emocional y matemáticamente resuelta. Pero aquel que voluntariamente pierde de vista esta ciencia exacta, en medio de la confusión curricular de secundaria o al finalizar este ciclo completo, raramente la añora.

Sin embargo, permítanme que les diga que yo sí sentí un cierto porcentaje quebrado de melancolía en la hora en que me tocó despedirme académicamente de los números. Sabía que no los echaría mucho de menos, pero dejar esas graciosas figuritas de origen indio que en el parvulario se nos presentan como entrañables jeroglíficos de colores y en el instituto como jodidos rompecabezas, después de haberme acompañado desde la tierna infancia, era como admitir algo de ingratitud por mi parte. No porque los números no fueran a estar mejor en otras manos, que eso lo di siempre por descontado, pero tal vez sí por haberlos querido menos que a las letras sin más motivo aparente que haber padecido profesores que no sabían explicar las matemáticas, pero sí elevarlas en los exámenes a conocimiento no apto para todos los públicos. Una pena incluso para quienes logramos aprobarlas con alguna soltura y no nos desprendimos de ellas a las primeras de cambio.

De hecho, las matemáticas son una asignatura en la que todavía hoy se cuentan con los dedos de una mano (la mejor calculadora de la antigua EGB) los alumnos de los cursos más altos de la ESO y el Bachillerato que se enfrentan a ella y la superan sin la ayuda de clases particulares, y todo esto sin que ningún profesor ni autoridad académica se ruborice por ello. Se trata de una situación totalmente normalizada que afecta incluso a los estudiantes más brillantes de cada generación y constituye un auténtico impuesto añadido al aprendizaje que también se da con el inglés, con la diferencia que en esta disciplina se recurre al refuerzo adicional, que no suele ser nada barato, no para aprobar, sino para adquirir un nivel más aceptable y equiparable a la media de los países desarrollados.

Sobre las matemáticas y el inglés y sus respectivas relaciones con el mundo del poder político se da una paradoja a la que ya me referí en alguna otra ocasión. Existe un papanatismo por el cual a nuestros gobernantes se les exige que hablen y entiendan perfectamente la lengua de Shakespeare, cuando lo interesante sería que dominaran las matemáticas. Así sabrían lo mal que vive la gente de a pie, a la que raramente le dan las cuentas para llegar a fin de mes, sobre todo en esta era tímidamente post-pandémica y diametralmente bélica en que los segmentos de la inflación sobrepasan el ángulo superior de una pirámide geométricamente enloquecida.

En cambio, ¿para qué les sirve a nuestros gobernantes conocer el inglés (y a nosotros que lo sepan), si fuera de nuestras fronteras, además de disponer de traductores profesionales, acostumbran a estar callados y aquí, dentro de nuestros límites territoriales, nunca contestan a lo importante ni siquiera en castellano?

Al inglés no se le echa de menos porque todos los días nos lo cruzamos en esta vida globalizada. Las matemáticas también están ahí, recordándonos poéticamente el origen del universo, pero pasan desapercibidas porque los adultos ya no están para estos versos. Nadie les enseñó a amarlos a su debido tiempo.

10 jun 2022 / 01:00
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
TEMAS
Tema marcado como favorito
Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.