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Muertos vivientes

    LAS ventanillas del tren se estremecen; no, no estamos en los suburbios de una gran ciudad africana donde millones viven peor que las bestias, sin agua corriente, entre basuras y heces. Es España, y estamos cerca de la capital: entre unos árboles que desde las vallas de la estación se contemplan, plásticos, latas, botellas e improvisadas chabolas guarecen a individuos de raza negra y otras pieles morenas que deambulan como difuntos entre los restos que habitan, sufriendo la intemperie y el abandono. No muy lejos, el derroche de la gran urbe y quienes vamos cómodamente a trabajar. Alguna mujer entre esos varones, algunos tirados entre cartones...

    Once mil gitanos todavía viven hoy en chabolas dentro de nuestro país, con más de 270 asentamientos... No es fácil habitar tan triste exclusión, sin asearse apenas, ¿cómo hallar trabajo o salir de esa segregación? En la última década, aumentaron un 24’5% las personas sin hogar en España. La mitad se quedaron en la calle, con menos de cuarenta y cinco años.

    Acabamos de celebrar las fiestas de Todos los Santos y todos los difuntos, que han ido pervirtiéndose hasta convertirse en un circo siniestro, una mascarada, donde cada vez crecen más los disfrazados de demonios, –¿acaso no es un gesto que explica los tiempos?– entre muertos vivientes, falsamente sangrientos. La sangre del pobre, escribía Bloy, esa grita más a la conciencia con violencia superior a cualquier juerga que destaque entre múltiples indecencias. Los zombies nos invaden, pero no solo los pintarrajeados para asustarnos falsamente, sino esos que de verdad parecen muertos en vida, enterrados por la administración, ajenos a un hogar, a una opción laboral. Muchos son los que atravesaron la valla de una frontera y al no ser devueltos a su tierra quedaron en tierra de nadie o sin tierra, en un limbo espectral, donde sobreviven entre desdén y mierda.

    Y mientras, el gobierno preocupado para eliminar simbolitos, como los cuatro escudos de la época de Franco que había en la fachada del Ministerio de Exteriores, para reemplazarse por el símbolo constitucional: 106.000 euros; y otras muchas acciones del ministerio de la desigualdad, preocupados en desenterrar cadáveres y trasladarlos porque eran viejos generales de otro régimen, quitando medallas y honores a quienes ya poco les puede importar.

    ¿No es más importante dar vida a quien se le deja medio muerto? Hogar, alimentos, un trabajo decente... Mil cosas hay que hacer para arreglar nuestro mundo, mil labores, ¿por qué no se organizan mejor con quienes nada tienen y les dan labores necesarias para mejorar nuestras sociedades? El socialismo se ha quedado en los gestos, muchos inútiles, y en el sexo, hoy extraviado y tan travieso que resulta irreconocible. Lo esencial se deja a un lado para centrarse en la gran farsa, esa que nos hiela la carcajada ante ciertos rostros desencajados.

    08 nov 2022 / 01:00
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