‘Nina’, la gatita bebé
UN señor de Ribeira (Teo), reconocible por su poderosa cabeza de cabellos blancos, paseaba por los alrededores de su vivienda, como es habitual, pero en sentido diferente al acostumbrado. Iba acompañado de su perro albo, que le sigue a todas partes con paso vacilante, pues ya tiene catorce años.
Cruzaron la carretera y accedieron a un camino pedregoso y desconocido, de pocas y humildes casas, desde las que ladraban a los intrusos numerosos perros.
Los veían perfectamente, aunque la noche comenzaba a extender su oscuro manto, pero el señor de Ribeira, de ojos escrutadores, como buen cazador, vio algo diferente en aquella descuidada senda, algo muy pequeño que no se movía porque estaba medio muerto pero era visible por ser de color blanco.
Era una gatita de un mes, como máximo, tirada en medio de aquel sendero abandonado de las manos de Dios y cuya madre había muerto atropellada por un loco del volante, hacía pocas horas. La camada de hermanitos, amedrentados, se refugiaron en el cubil, pero la gatita no se movió porque no podía respirar y estaba más muerta que viva.
Cuando el señor de Ribeira regresó a su casa llevaba en brazos una miniatura mínina, inconsciente y agonizante a la que auxiliaron de inmediato y le pusieron de nombre Nina, tal vez porque sus orejitas negras hacían juego con la cola y contrastaban con el pelaje blanquecino de su cuerpecito. Ni que lo diseñara una estilista conocida como Nina Ricci.
A la familia del señor de Ribeira le impresionaron sus ojitos achinados y tristes y la esponjosa suavidad de su piel. La rápida intervención de una veterinaria la salvó de la muerte, de lo que nos congratulamos todos, los seres más vulnerables son los que más sufren en esta dura vida, y hablando de seres indefensos muchos nos acordamos de Aylán, el pequeño sirio emigrante que no pudo seguir a su gente porque se dejó la vida a la orilla de una playa de Cádiz.
Que Dios se apiade de todos ellos.