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No es posible escribir la historia sin respetar sus tiempos

    CENTENARES de coches oficiales, guardaespaldas, policías, militares, helicópteros, drones, protocolos estrictos, calles cortadas al tráfico, despliegue informativo, pebetero de infaustos recuerdos. Un importante gasto público, enmascarado en una supuesta austeridad, como si aquí no hubiera pasado nada. Una forma peculiar de hacer convivir en el tiempo, el estatus de unos pocos con el ingreso mínimo vital, la deuda pública, el cierre de empresas o el aumento del paro. Y para que de todo ello, sólo merezca la pena reseñar la contenida intervención de Aroa López, la enfermera del Hospital Vall d’Hebron, contando la única parte de verdad que allí se dijo. Si algo hubiera cambiado, podría haber sido la última o incluso la única en hablar.

    No es fácil identificar las intenciones que albergan actos como este. Sin duda, una opción, es que se trata de acciones de carácter estrictamente institucional que se enmarcan en lo políticamente correcto, y por tanto, aceptadas por la ciudadanía, entendida esta como colectivo casi uniforme que no reacciona por miedo al que dirán.

    Sin embargo, parece igualmente oportuno transgredir un poco la norma no escrita y aportar para la reflexión otras miradas sobre un mismo hecho.

    Si todos coincidimos en el carácter global de la pandemia, no parece acertado, ni solidario, liderar protagonismos parciales. Es como si el problema fuera de todos pero la solución sólo pasara por nosotros. Mucho menos, hablando en pasado de una situación que está abierta en rebrotes, fallecidos y contagiados por todo el mundo. Sin tratamiento, ni vacuna en el corto plazo. Estamos todavía lejos de ganarle la batalla al virus y, por tanto, parecen tiempos de trabajo más que de parafernalias.

    El mayor homenaje a los que se fueron, a sus allegados, a los que pasaron la enfermedad, a los que se ocuparon y al miedo colectivo tan presente todavía, es poner en valor todo aquello que pueda evitar el sufrimiento y la pérdida que hoy y el futuro inmediato puedan deparar.

    Otra sensación difícil de evitar es la intencionada deriva política y mediática. La incuestionable importancia de la pandemia, permite y concede espacio al inconsistente enfrentamiento entre partidos, a los sucesos y por supuesto, al necesario devenir del deporte de élite. Por el contrario, los gravísimos conflictos que asolaban el mundo en febrero parecieran enmarcados en un enorme paréntesis. La situación en Siria, Yemen, la inminente anexión de Israel en Cisjordania, la dramática realidad subsahariana, la situación social en Venezuela o Ecuador y ya no digamos el cambio climático, han quedado aplazados sine die. Como si en tiempos de covid no existieran miles de víctimas diarias que no tienen en la pandemia su fatal desenlace y que ahora simplemente, ya no existen.

    Nada indica que esta acción en el Palacio Real de Madrid haya tenido consecuencia práctica alguna sobre la cruda realidad. Si el homenaje no ha servido para comprometer el gasto en la sanidad pública, para reconocer y evitar la precariedad evidenciada, y, como consecuencia, para ayudar en los infinitos dramas anónimos vividos en estos meses y los que vendrán, ¿cuántos actos de estado van a ser necesarios? Terminamos como empezamos, diciendo: no es posible escribir la historia sin respetar sus tiempos.

    31 jul 2020 / 00:00
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