No lo crean todo

PRONTO se echó en falta la pequeña y discreta joyería que contaba como clientes a la mayor parte de los lugareños. Había cerrado sus puertas por sorpresa, a causa, había pretextado la joyera, de una desgracia familiar.

Si su ausencia se sintió tanto no fue por ser aquel un lugar de potentados. Quienes allí moraban eran, en su mayoría, gente sen-
cilla, pero, quien más y quien menos, atesoraba alguna pequeña joya, de esas con que se conmemoran bodas, bautizos, comuniones y similares.

Pertenencias modestas, pero que exigían algunos cuidados y ocasionales reparaciones que la joyería llevaba a cabo con rapidez y por poco dinero. Y, además, el establecimiento contaba con un surtido razonable de género, que permitía salir del apuro si tocaba tener un detalle con quien fuera.

Aunque el local no era propiedad de la joyera,
disfrutaba de él gracias a un alquiler por buen precio
que la propietaria siempre había respetado. Ninguna nube, pues, aparecía en su horizonte.

Pero un día la joyería echó el cierre. La joyera lo achacó a una desgracia en su familia, que no llegó a detallar. Pero con el tiem-po pudo saberse que lo sucedido había sido, más bien, lo contrario.

Un codiciado y bien situado soltero de la zona había puesto sus ojos en ella y un futuro a su lado había parecido a la joyera ampliamente preferible a levantar la persiana cada mañana.

Moraleja: las personas tienden a proyectar su imagen sin mancha de lo que perciben como tacha o defecto, sea con razón o sin ella. Un factor a tomar en cuenta y que obliga a encarar con cautela los relatos de cada cual sobre sí mismo.

Así que no lo crean todo de tales historias. Mejor, el beneficio de la duda, que evitará posteriores chascos.