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    NO sé si Pablo Casado es consciente de las consecuencias de la radicalización del verbo. No sé si entiende las consecuencias, no sólo políticas, de que las sesiones parlamentarias se desarrollen con una indisimulada agresividad verbal. No sé si sabe que tildar de traidor al adversario, cuestionando la legitimidad con que, igual que el, ocupa un escaño en las Cortes, es más que grave. No sé si distingue entre criticar e injuriar.

    No sé, en fin, si puede creer que un tipo como yo, por ejemplo, que ni soy de derechas ni miembro de su partido, puedo llegar a adoptar, sin un esfuerzo extraordinario, una actitud de respeto hacia él; la discrepancia no es bastante para impedir el respeto mutuo, pero cuando se enloda en una agresividad extrema, entonces sí, entonces lo impide todo.

    Creo que ya he dicho más de una vez en esta columna que yo he aprendido muchas cosas a lo largo de la Transición. Y una de ellas, probablemente la más importante, fue la de respetar, incluso hasta el extremo de simpatizar, con personas que no sólo eran adversarios políticos, sino que, además, habían pertenecido, como representantes sobresalientes, al régimen dictatorial contra el que luché con todo lo que pude, incluida la agitación clandestina.

    Pero que, llegado el momento en que, restaurada la democracia, fue posible la convivencia, sin necesidad de esconderse, cada uno con sus ideas, sin renunciar nadie a nada, discrepantes, sí, pero respetándonos mutuamente, claro está que mientras todos asumiésemos sin restricciones el compromiso democrático, yo no tuve reparo no sólo en respetar a mis adversarios sino incluso en aceptar con muchos de ellos amistades que aún me honran y me honrarán siempre.

    Algunas de esas amables relaciones nacieron en el ejercicio de la representación parlamentaria, durante la cual, claro está, como no podía ser de otra manera, lo que se ponía de manifiesto de manera más evidente y persistente eran nuestras diferencias. Pero aquellos debates, si bien no siempre serenos, nunca se degradaron hasta el extremo del irrespeto. Nunca fueron insultantes. Como ahora lo son casi siempre, e incluso sin el casi, todos aquellos en que participa el señor Casado.

    Y quiero decirles a ustedes que a mi un país en donde la política se enfanga de este modo, no me gusta. Ni la política ni el país, entiéndanme. Y que me parece que con estos modos no vamos hacia adelante sino hacia atrás, a los tiempos más vergonzantes y dolorosos de nuestra historia contemporánea. En los que, a la hora de la verdad, mientras faltó la democracia, nunca hubo vencedores.

    01 jul 2021 / 01:00
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