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No se puede jugar a ser Dios... si no lo eres

    ME cuentan una historia que me gustaría compartir con todos vosotros, para que sea cual sea nuestro desempeño profesional, nuestra responsabilidad, nuestro cargo, pensemos muy bien antes de actuar y reflexionemos sobre si nuestras decisiones son justas, son honestas, son independientes, y no interesadas. Porque corremos el riesgo muy grave que supone faltar a la verdad, obviar la ética, abolir la moral, destrozar la justicia... dañando con ello de forma irreparable a la sociedad en general y a personas en particular que, en muchos casos, lo único que se merecerían es ser premiadas y agradecerles por los actos heroicos que acometen fuera de la lógica, la ambición o de ningún otro interés, excepto salvaguardar los tan denostados e inexistentes valores que, en la mayoría de los casos en el mundo empresarial y de los negocios no existen. Estos valores son: la compasión, la solidaridad, la empatía... y actuar en consecuencia.

    Pues bien, cuenta la historia que hace no se sabe cuánto tiempo, pero mucho, navegaban en un pequeño velero tres amigos, que habían decidido dar la vuelta al mundo, y que tenían muchos meses por delante sin otra preocupación que la de disfrutar al máximo de su viaje. Pero de repente un día, en medio del océano y a 3.000 kilómetros de la costa más cercana, oyeron un ruido casi ininteligible por la radio, de los que la mayoría de los navegantes no prestarían ninguna atención, pero ellos sin embargo, dejando de lado sus actividades lúdicas, decidieron hacerlo y al cabo de unas horas de escucha, reconocieron que se trataba de un SOS, un mensaje de socorro. Era de un barco de pesca que estaba a la deriva, con el timón roto y con una importante vía de agua.

    Los tres amigos decidieron ir en su búsqueda, a pesar de haber perdido las comunicaciones y sin saber que iban a encontrarse. Parece, según cuenta la historia, que un día después lo localizaron y se encontraron a sesenta hombres, heridos algunos, enfermos otros, en un barco que navegaba sin rumbo hacía ya mucho tiempo y se hundía irremisiblemente. El dueño del barco, el armador, que se encontraba a bordo como capitán del mismo, les contó que ese era la última salida a la mar que iba a hacer con él, porque a pesar de haber peleado mucho durante años, las circunstancias habían hecho que fueran endeudándose tanto él como su familia para mantener el negocio pesquero, que ya el barco se lo iban a quitar, estando ya embargado por todos los lados, lo que evidentemente dejaba en la ruina a él mismo y a su familia. Y por supuesto los pescadores se quedaban también con deudas y sin un trabajo con el que ganarse la vida.

    A los tres amigos, acordándose de cuando a ellos también les fue mal en los negocios, se les cayó el alma a los pies oyendo aquella historia y decidieron que iban a intentar hacer algo para tratar de ayudar. Lo primero era sin duda darles comida y agua, lo que hicieron compartiendo la suya propia no sabiendo cuanto podría durar. Después, analizaron la situación del barco y pensaron que si podían de algún modo llevarlo a tierra, quizá pudiera salvarse y así salvar también la vida a las 60 personas.

    Utilizando, supone el relato, un teléfono satélite que llevaban por una emergencia, los tres, los llamaré así para identificarles, pudieron ponerse en contacto con la autoridad responsable ya del barco, del país abanderado. Y esta les dijo literalmente: “Por Dios, salven ese barco y a esa gente. Lo más importante, las personas, pero además es que ese barco es un emblema para nuestro pueblo. No debe hundirse por favor. Hagan todo lo necesario para salvarlo”.

    Y los tres le respondieron a la autoridad: “Pero dese cuenta que esto es una operación muy arriesgada. Corremos el riesgo de morir todos, nosotros también, que no tenemos nada que ver con el barco ni ninguna responsabilidad hacia él”. La autoridad insistió diciendo: “Por favor, háganlo! Arriésguense. Si ustedes son capaces de traer el barco a tierra y quieren quedarse con él, es suyo. Se lo han ganado. A nosotros lo único que nos importa es que el barco no se hunda y así salvar a los pescadores y que sigan vivos y pudiendo vivir de su trabajo”.

    Los tres, reflexionaron entre ellos, y pudiendo haber seguido su camino tranquilamente sin arriesgarse ni complicarse la vida, pensaron que esta vida va precisamente de ayudarse unos a otros, como a ellos mismos les ayudaron otros cuando vivieron sus propios naufragios. Y sintieron la necesidad y la fuerza de volver a poner en valor la bondad, la solidaridad, la entrega, la compasión... aun a riesgo de dejarse la vida en el intento. Decidieron entonces y tras su decisión, hablar con los pescadores y les expusieron la situación y lo que estaban dispuestos a hacer.

    La gran mayoría agradecieron desde el alma el riesgo que los tres asumían sin tener por qué., y con esa premisa iniciaron los preparativos para remolcar el pesquero durante semanas... meses, en los que pasaron muchas penurias todos, pero seguía habiendo esperanza. Algunos pescadores, más desconfiados o enfadados con la vida, no aguantaron y decidieron bajarse en un islote desierto por el camino, pensando que quizá correrían mejor fortuna al hacerlo. Los demás, la gran mayoría, arrimaron el hombro para tratar entre sus rescatadores y ellos, conseguir salir vivos de aquella situación y conseguir llegar a puerto.

    Cuando el barco milagrosamente tocó tierra, la misma autoridad con la que los tres habían hablado, inexplicablemente requisó el barco y les dijo a los salvadores, que si querían quedarse el barco iban a tener que defender su posición, y que todo el que quisiera podría pelear por él. Sin duda un hecho absurdo y difícilmente justificable en el sinsentido de que, de no haber sido por los tres, el barco NUNCA hubiera llegado a tierra y los pescadores hubieran muerto.

    Nadie entendía nada, ni el grupo de los tres ni los pescadores, pero lo cierto y verdad es que los salvadores, que habían adquirido un compromiso de lealtad y de honor con los pescadores que se habían quedado en el barco, y se sintieron en la necesidad ética y moral, por ese compromiso, de pelear en un ring con un rival más grande y más fuerte en apariencia, y que apareció por allí de repente, sin haber hecho nada para salvar el barco naufragado, cuando ellos, se supo luego, habían oído también en uno de los muchos barcos que poseen, la señal de socorro a la que decidieron no acudir. Es decir, que de una manera absolutamente cierta, de no haber sido por los tres, el barco se hubiera hundido y los tripulantes muerto hace ya más de un año.

    Pues bien, las autoridad competente planteó un combate de boxeo entre los tres nobles hombres agotados ya por todo lo vivido, contra un ejército de hombres frescos y entrenados en el arte de la lucha. La autoridad encargó a un árbitro que organizará el combate para dirimir el ganador de la pelea, aunque esta se reservaba el derecho de decir la última palabra. Antes de la pelea, como se demostró a tenor de lo que pasó después, los tres preguntaron que cuáles eran las reglas de la misma y mientras a ellos les dijeron que la nobleza en el combate iba a ser lo que más puntuara, a los contrincantes les dijeron que utilizaran todas las técnicas prohibidas posibles para dejarles KO. Los tres veían como los contrincantes, extrañamente reían y se burlaban, mientras subían al ring. Al empezar la pelea y durante todo el combate se veía como el árbitro ya claramente convertido en lacayo, permitía que los contrincantes pegaran golpes bajos, patadas, arañaran y mordieran, sin que las protestas de los cuatro sirvieran para nada.

    Bueno, pues a pesar de todo, noquearon varias veces y en TODO lo que se dice que puntúa en este tipo de combates a los contrincantes, que de manera no reglamentaria se levantaban pasados los 10 segundos preceptivos para dar por terminada la pelea, sin que por supuesto el árbitro dijera nada. Al final el combate terminó por tiempo y los tres eran felicitados por todo el público allí congregado, entre los que se encontraban incluso los que abandonaron el barco en el islote, y por supuesto los pescadores salvados. Todos unánimemente jaleaban a los tres porque a pesar de la injusticia que se había intentado perpetrar con ellos, aún así, habían ganado la pelea desde todos los puntos de vista.

    Pues bien, por increíble que parezca, el árbitro lacayo y miserable, viendo que no podría decantar la victoria hacia su favorito ante la autoridad competente si le decía la verdad del resultado del combate, hizo un informe de la contienda mintiendo, manipulando y tergiversando lo que había sucedido, a tal punto que, no solo hacía parecer que los contrincantes la habían ganado, sino que incluso pareciera que ellos eran los salvadores del barco y el grupo de “os tres unos parias. Sigue el relato revelando que la desvergüenza fue tal, que muchas personas además de los tres, decidieron hacerle llegar a la autoridad el histórico de unos hechos, que sin duda eran conocidos por todo el pueblo en su conjunto, pero que el árbitro lacayo que había dirigido el combate, y que claramente se había apartado de la honradez, la justicia, la honestidad, la verdad... si es que alguna vez las conoció, manipuló para interferir en el resultado justo de la misma.

    ¿Queréis saber cómo acabó todo esto? Pues bien... no está muy claro porque ya sabéis lo que pasa con las historias antiguas, que se transmiten oralmente de generación en generación, y que a veces se pierden algunas partes. Hay quien dice, que la autoridad, al darse cuenta del intento de engaño del árbitro lacayo, le llamó a su despacho y antes de desterrarle para siempre y sin honores le dijo: “Te encargué que dirimieras un combate, que en realidad ahora, tras haber reflexionado sobre todo lo sucedido, pienso que nunca debió producirse, ya que los legítimos dueños del barco deberían haber sido automáticamente quienes sin necesidad de jugarse su vida, su prestigio, su dinero, le echaron huevos para ayudar a salvarlo y salvar así a sus tripulantes, ya que sin su intervención cuasi milagrosa e in extremis, el barco efectivamente ya no existiría y sus tripulantes tampoco. Pero bien, ya que decidimos que hubiera ese combate, para ser más puristas que la pureza de María, lo que no puedes hacer es manipular la pelea no solo ya para que no haya un combate justo, sino para que lo ganara quien más conviene a tus intereses, inconfesables? ¿Quién eres tú para jugar a ser Dios?”. Y le prohibió volver a pisar la tierra del reino y por supuesto jamás volvió a ejercer de árbitro en un combate.

    El barco se le otorgó finalmente a los que debían ser sus legítimos propietarios, al grupo de los tres. Y lo hizo por justicia, por ética, por moral, y además e incluso, por haber ganado el combate. Me cuentan que el barco volvió a surcar los mares y que lo hace con toda la tripulación que salvaron y sabia nueva, ya que tras la remodelación del barco y sus mejoras tecnológicas, de funcionamiento, apertura de nuevos caladeros... se convirtió en uno de los barcos más importantes que surcan los mares... Yo quiero pensar que fue así porque sino no se hubiera hecho justicia.

    Es posible que muchos no entendáis esta historia, otros fabularán con que les suena mucho o les recuerda a otras historias de heroísmo, injusticia y justicia final... da igual.

    Yo me quedo con la importante enseñanza de que seamos papas, reyes, presidentes, jueces, o cualquier otro cargo o carguillo... jamás se debe jugar a ser Dios.

    30 oct 2022 / 01:00
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