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Obras escogidas de Ramón y Cajal

Pocos sabios han alcanzado el lugar de referencia que logró Santiago Ramón y Cajal en la historia de la ciencia y la medicina. No solo por su vital aportación para el conocimiento de la estructura, función y patología del sistema nervioso que culminaría con la concesión del Premio Nobel en 1906, sino por esa extraordinaria curiosidad que le llevó a profundizar en disciplinas como el dibujo, la fotografía o la escritura.

La Fundación José Antonio Castro publica ahora sus obras escogidas. Sus artículos, memorias y ensayos siguen haciéndonos reflexionar y nos llevan a reconocerlo como una de las grandes figuras del pensamiento español.

Dentro del marco memorialístico se ubicarían ‘Mi infancia y juventud’ (1901) y ‘El mundo visto a los 80 años’ (1934), publicado el mismo año de su muerte, mientras que en ‘Los tónicos de la voluntad’ (1899) encontramos un apasionante ensayo basado en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Todos ellos nos descubren la amenidad de Ramón y Cajal para adentrarnos en sus primeros años, sus sabias reflexiones sobre la vejez y algunos inteligentes consejos para los que comenzasen la carrera científica.

El relato autobiográfico de Cajal en ‘Mi infancia y juventud’ nos lleva del humilde pueblo de Navarra donde pasó su niñez a los años de formación en Zaragoza y su acceso a la cátedra universitaria en 1884. Sus padres, maestros y profesores, su afición por la naturaleza, la pintura y la gimnasia, su profundo sentido patriótico y otros avatares forman buena parte de este ameno recorrido vital, con las campañas carlistas en Cataluña o la guerra en Cuba como telón de fondo. Una narración que nos permite ver como el joven se va convirtiendo en hombre. En ‘Los tónicos de la voluntad’ Cajal pretende orientar al investigador principiante y, como buen positivista, advertirle sobre la necesidad de apoyar sus trabajos en la orientación, experimentación y el razonamiento inductivo y deductivo. Su formación autodidacta le lleva a comprometerse con las nuevas generaciones, a las que trata de animar en su servicio a la comunidad.

Sus reflexiones abordan la necesidad de fortalecer la fe en uno mismo y revalorizar la filosofía como excelente ejercicio para el hombre de laboratorio. Un camino, el del investigador a comienzos del XIX, solitario y casi épico, en el que cada logro suponía un reconocimiento social desconocido hasta entonces. Asimismo, delibera sobre el patriotismo propio del noventayochista, para concluir desarrollando unas estimulantes propuestas que remedien las deficiencias de la ciencia española y señalando las responsabilidades que debe asumir el Estado con la investigación científica.

En 1934, cinco meses antes de su muerte, don Santiago publica ‘El mundo visto a los ochenta años’.”La vejez ahora, apunta Antonio Campos en su prólogo, es el futuro cierto de una gran mayoría de seres humanos”, de ahí la pertinencia de esta obra en nuestros días. Un ensayo en el que Cajal aborda las tribulaciones físicas del anciano (insomnio, la arteroesclerosis, las alteraciones de la memoria...) como los consuelos que le proporciona la escritura, el retorno a la naturaleza o la lectura de los clásicos. “La curiosidad y el ansia de renovación” apunta el sabio en cierto momento, retrasan las “metafóricas arrugas del cerebro”.

De esta manera, sigue manteniendo su fe insobornable en la ciencia positivista que fundamenta la biología de la vejez, y nos revela su regeneracionismo militante y una honda preocupación por la patria. Además, recomienda que el octogenario mantenga una dieta higiénica (“el cerebro y el estómago son dos competidores egoístas”) y esquive los debates políticos. Una invitación para que el lector contemporáneo descubra el camino de su propia vejez.

23 oct 2022 / 01:00
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