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Oclocracia en la universidad

SIGUIENDO a mi insigne maestro helenista prof. Martín Sánchez Ruipérez, que nos decía que la claridad es la cortesía del intelectual, empezaré explanando este primer término, no frecuente, pero de cuño griego –como el moderno alexitimia o anestesia sentimental– como un compuesto –transcribo para los no helenistas– ochlokratia, que yo traduzco como “el poder de las turbas”, que las izquierdas han bautizado con ese término tan antiespañol como scratch, y que yo –no me van a hacer caso– preferiría que se lo denominase disturbio, o sea, alteración o demolición de la paz y de la convivencia.

Que esto ocurra en la universidad
que, por su propia esencia, es universa-
lista es ciertamente alarmante y fiel reflejo de su declive.

Que la universidad no está en su mejor momento, es algo que ya hace tiempo han certificado las altas instancias intelectuales, académicas y universitarias de este país. Y es que –en palabras de Tamames– “la universidad pública es prácti-
camente gratis. Y todo lo gratuito es
malo, porque la gente no lo aprecia y no rinde...”. Se añade a ello que esta importante institución, para no quedarse sin alumnos, acepta el “que pasen todos”, especialmente en las carreras de Letras.

Pero vayamos al núcleo de este artículo. Es impropio de universitarios –“lo más parecido a un tonto de derechas es un tonto de izquierdas” decía el gran Carlos Alonso del Real– impedir que una exdiputada de un partido nacional, que yo no voto, pero respeto, pronuncie en la Facultad de Derecho de Granada una conferencia arrojándole piedras.

Es éste un ejemplo clamoroso de lo que yo llamo oclocracia –ya no es la primera vez y precisamente en la propia ciudad de Granada–, en la que unos agitadores de turbas dejan a la universidad por los suelos y subvierten el orden establecido.

Pero, en orden a la claridad, a estos gandules hay que aplicarles el nombre que se merecen: aunque estén en la universidad, no la representan. Son simplemente chusma, término procedente del griego Keleusma que significaba: “el canto acompasado
del remero jefe para dirigir el movimiento de los remos” y a partir de aquí pasó a significar 1. Conjunto
de gente grosera, es decir, la chusma. 2. Conjunto de los galeotes que servían en las galeras reales.

Ni qué decir tiene que los partidos de la derecha, siempre más elegantes, condenaron tamaño asalto. Las izquierdas, con el “presidente de la gente” a la cabeza, no
tuvieron la misma deferencia. Le tienen tanto miedo a Vox que lo descalifican –lo suyo es el insulto– con el apelativo de extrema derecha. Se equivocan: Vox es una derecha radical, pero democrática, pues respeta la Monarquía, la unidad de España y el orden constitucional. No pueden decir lo mismo Podemos y los partidos independentistas, tanto vascos co-mo catalanes, que, al parecer, no son
de extrema izquierda, sino fieles monárquicos y demócratas.

¿Se imaginan en Inglaterra a un partido que forma parte del Gobierno poner en entredicho y descalificar a la Realeza? Imposible. Allí saben estar. ¿Se imaginan en Europa a un presidente, con un partido emporcado en una corrupción, empleada en drogas y putas, nada menos que 600 o 700 millones de euros, la mayor con mucho de la historia de la Democracia, descalificando al presidente de la oposición, que ha ganado cuatro mayorías absolutas, como un chiquilicuatro y diciendo que la oposición es un estorbo? Inconcebible sería.

La retórica, como los “cien años de honradez” y la “superioridad moral de
la izquierda”, con la que los políticos
de la gente
se pavonean, siempre resul-
ta muy favorable, hasta que el pueblo
dice ¡basta!, como ha ocurrido recientemente en Andalucía.

06 oct 2022 / 20:10
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