Otro espectáculo

ESTABA cantado que el inicio del debate sobre la LPGE sería más de lo mismo: un sacar pecho del Gobierno y el consabido catastrofismo de las oposiciones derechistas. Con entrevero y embuchado de razones que no dicen bien de sus señorías.

Con la que está lloviendo, no parece que una presentación ombliguera de los logros gu-
bernamentales y la apelación a la responsabilidad, sea la manera de ganar el apoyo de unos partidos que han demostrado tenerla oxidada.

Por lo cual, cabe maliciarse que lo que buscaba la estrategia socialista era que las huestes retrogradientes perdieran los nervios y mostraran sus montaraces querencias. (Conjetura que abona lo muy trabajadas que llevaba la señora ninistra de Hacienda las respuestas).

Se entiende que en condiciones normales los partidos de la oposición, y sobre todo el que aspira a gobernar, se nieguen en redondeo a dar luz verde a las cuentas presentadas por un Gobierno de opuesto signo político: si lo hace se inhabilita a sí mismo como alternativa.

Pero la gravedad de la crisis presente acaso pidiera hacer
una excepción a esta regla de-mocrática y ofrecerse su colaboración para formar un frente unido. No se dio tal, y eso que
según las encuestas sus votantes lo veían bien.

La insistencia en declarar inadmisibles los presupuestos porque los apoya Bildu suena incoherente y hiede a antidemocrática. Lo primero porque, después de haber proclamado por activa y por pasiva la vía de las instituciones para la defensa de cualquier proyecto político, el veto a ese partido tildándolo de herederos del terrorismo, está fuera de lugar. Lo segundo porque hacerlo supone orillar que esa formación está legalmente reconocida, y no hay motivos para ilegalizarla.

La gravedad de la crisis sanitaria con sus consecuencia económicas y sociales recomienda unos presupuestos avalados por mayoría lo más amplia posible. Cuantos más grupos la aprueben, menos los capitalizará la coalición progresista.