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Por muchas primeras veces

    LA vida de cada uno discurre distraídamente como una sucesión de primeras y últimas veces, casi nunca recordadas, ni siquiera advertidas en el momento justo en el que suceden. Además, una primera vez puede ser también una última vez, y una última ser el preludio de otra primera.

    ¿Cuántas primeras veces recuerda? Las que se puedan decir, claro, que no se trata de poner a nadie en aprietos. Seguro que si activamos la memoria, bastantes: la primera fiesta, el primer día de clase, la primera vez que usamos un teléfono móvil, la primera vez que montamos en bicicleta, el primer trabajo, el primer sueldo, el pri-
    mer viaje en avión, la primera vez que besamos a alguien, o le dijimos te quiero... Yo desde luego no olvido el momento en el que a través de un ecógrafo oí los latidos secos y rápidos del corazón de mi hija, o cuando vi su cara, recién nacida, con sus ojitos cerrados, protegiéndose de la claridad de su nuevo mundo.

    Como nostálgico incorregible, soy fan incondicional de las primeras veces y defiendo que la vida es un constante descubrimiento, en el que los seres humanos va-mos haciendo y viviendo cosas distintas.
    A pesar de que no hay nada que puedas saber que no se sepa, nada que puedas ver que no se haya visto, ni ir a ningún lugar en donde nadie haya estado antes, merece la pena experimentar por uno mismo todas esas experiencias.

    Las primeras veces arraigan en la memoria y marcan la cronología de nuestra vida. Las convertimos en películas, en canciones, en añoranza, en suspiros... Y poco importan que sean un éxito o un fracaso, ya que todas encierran cierta magia singular y quizá por eso evocamos con especial cariño la infancia, cuando fuimos primerizos en todo y cada instante nos regalaba una nueva sorpresa.

    Recuperar esas primeras veces, con sus emociones y recuerdos, es un ejercicio memorístico y sensorial que oxigena el presente. Momentos colmados de sensaciones, emociones, energía, que nunca terminan de evaporarse del baúl de los recuerdos, y que se mantienen como poso de lo que fuimos y somos. Con frecuencia, además, las primeras veces cobran valor solo con la llegada de las segundas o durante su interludio, cuando buscamos repetirlas, reforzadas por la nostalgia, o cuando ya han pasado y miramos atrás.

    Parece un mantra sin contenido eso
    de que hay que vivir cada día como si fuera el último, pero para eso se precisa de un espíritu aventurero que en la práctica parece escasear. Por tanto, hay que convertir cada día en un motor de ilusión,
    para que las primeras veces se repitan y no se acaben nunca.

    Un nuevo año es como un joven que descubre el mundo, por eso le pido al 2023 recién estrenado que me ofrezca nuevas y más primeras veces, para que
    el asombro por lo desconocido, por lo
    imprevisto, se convierta en el latido propio de cada día.

    13 ene 2023 / 01:00
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