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Que Dios nos coja confesados

En este mundo cuyo origen cada vez se busca menos en el Génesis, existen lugares, curiosamente nacidos de los avances de la ciencia, donde se reza más y con mayor devoción que en las iglesias: los hospitales. Acuciada por la enfermedad propia o de algún familiar, allí no hay día que no se vea a gente aparentemente alicaída y absorta, con la mirada perdida en las paredes blancas, en una actitud física y emocional que delata su estado de recitación interior de plegarias que los salven de los posibles males corporales.

En estos tiempos descreídos que corren, en la fiesta del patrón de cualquier parroquia, cuando el dilema consiste en asistir a misa o visitar el bar para tomarse el vermú, huelga decir que el santo local se encuentra en una clara posición de desventaja. Pero en la sala de espera de un sanatorio, cuando llegarán noticias no necesariamente a vida o muerte de un allegado, o cuando se aguarda en un rincón el resultado de una prueba clínica que puede cambiar el rumbo de una existencia, la oración se abre paso sin discusión sobre todas las cosas.

Es mandamiento de vida en estas sociedades occidentales tan raquíticas como la española, caracterizadas por el fuerte poso de un catolicismo pasado latente aún en el presente, entregarse a los placeres del Diablo en la rutina cotidiana y encomendarse a Dios en los momentos más delicados. La Iglesia nunca vio contradicción en ello (no hay divinidad sin su contrario, Belcebú) y sus ovejas (también consideradas personas) obraron en consecuencia, a imagen y semejanza de los clérigos que dirigían el rebaño. Solamente oran cuando sienten en peligro el cuerpo que les da las alegrías y no se preocupan demasiado del alma, obviando la dualidad platónica del ser humano. Es una evolución práctica e inteligente del sentir religioso, de esto no cabe duda, que revela también cierto infantilismo y un pánico más o menos inconsciente a enfrentarse al enorme vacío que dejaría la vertiginosa inexistencia de un Dios todopoderoso.

Pero el miedo a perderlo todo de golpe también evoluciona y en un escenario frenético cargado de incertidumbres como el actual puede, metafóricamente, trasladar a una imaginaria sala de hospital a cualquier viandante que inocentemente se cree a salvo de todo, habitando un mundo feliz. La posibilidad de convertirnos, socialmente, en muertos vivientes o en vivientes en estado de coma, etílico o no etílico, adquiere cada vez mayores niveles de plasmación. Uno se considera afortunado tomando cañas y pegándose un baño de vez en cuando en la playa y puede que en realidad se encuentre en la UCI, a punto de perderlo todo, aunque el desconocimiento de su verdadera situación, que no su agnosticismo impostado, le impide tomar medidas y aplicarse a tiempo el “a Dios rogando y con el mazo dando” (fuera de los centros sanitarios el rezo por sí solo siempre se queda escaso) que, aunque no le solucione el futuro, al menos, la segunda parte de este refrán le aportaría razonables satisfacciones personales.

Uno se confía y no reza, sin perdonar risueñamente las cervezas protocolarias de cada día, y resulta que las desgracias pueden estar ya ahí acechándole y carcomiéndole por dentro sus opciones de presente y futuro, igual que una enfermedad grave va dañando los órganos vitales antes de manifestarse. Uno se confía y no reza y de pronto lee en el periódico que una crisis amenaza con dejar sin pan a tus hijos, por ejemplo. Sin pan, sin planes y hasta puede que sin ir a la universidad, que es pública pero no gratis. Sin lo que se considera una vida normal por una larga temporada. Y en este contexto, viene Feijóo y nos dice que encima Sánchez nos metió un pufo de seis mil euros en nuestras cuentas bancarias. Y entonces uno que esté al borde de la desesperación ya no sabrá si es mejor rezar o cagarse en Dios directamente.

La estrategia de Feijóo para llegar a La Moncloa llena su discurso de las tremendas figuras barrocas con las que el catolicismo intentó frenar la Reforma luterana. La idea es infundir miedo, en vez de esperanza. Desolar a la población para que sólo halle como escapatoria espiritual y físicamente reconfortante a sus desdichas el rezo penitente al Dios romano o el voto al PP genovés.

El mundo amenaza con venirse abajo entre pandemias nuevas y las guerras de siempre, todo aderezado con las sempiternas crisis económicas que cíclicamente siempre afectan a los mismos, y se citan Diablos (y números) Rojos sin que hagan referencia al United. Vade retro. La vida entra en la UCI y hasta yo me veré forzado a rezar por todos. Yo, que como decía Curros Enríquez, “non teño quen rece por min”.

05 ago 2022 / 01:30
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