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¿Qué es la historia atlántica?

Para justificar la invasión de Irak, basada en una mentira, el vicepresidente Cheney dijo que hay cuatro clases de cosas: las que sabemos que sabemos, las que sabemos que no sabemos, las que no sabemos que sabemos y las que no sabemos que no sabemos, añadiendo que éstas eran las más importantes a la hora de tomar una decisión. Está claro que es imposible no saber lo que no sabemos, y guiarnos por ello es iluminar la oscuridad con las tinieblas, y también lo está que algunos pueden hacer y decir lo que les parece, porque nadie se les puede oponer. Otra cosa muy distinta es proclamar la ignorancia como sabiduría y modelo a seguir. Un ignorante no es aquel que no sabe, sino quien desprecia lo que ignora y cree que es superior a quienes respetan los conocimientos adquiridos gracias a los esfuerzos de quienes nos precedieron.

Se decía que en el saber somos enanos a hombros de gigantes, y que solo podemos saber más que ellos porque al estar ahí sentados podemos ver por encima de sus cabezas. Por eso, y como enano que soy, quisiera reivindicar el valor de las obras de unos historiadores que nos precedieron y crearon la llamada historia atlántica. Comenzaré con el capitán de navío A.T. Mahan que en 1889 publicó su libro The Influence of sea Power upon History,1660-1783, una obra que creó la doctrina sobre en la que aún se basa la estrategia naval norteamericana.

Mahan se dio cuenta que el poder terrestre no es viable si no se aúna con el naval, y esto sería mucho más cierto en el caso de los EE. UU., situados entre los grandes océanos y obligados a proyectar su poder naval para defender sus intereses económicos mediante la construcción de una importante flota, llamada a desempeñar un papel clave en la historia. Esta doctrina suponía dejar de lado la idea del poder basado en un territorio limitado por sus rígidas fronteras y las concepciones de la historia basadas en la ideas de reino o nación. Casi todas las historias nacionales se construyen escribiendo un relato lineal, en el que hay una continuidad en el tiempo desde los orígenes hasta el presente, continuidad a la que se llama erróneamente identidad nacional, porque de lo que básicamente se trata es de la continuidad de la acción de un relato, que puede ser semejante en su forma a un poema épico, una novela o un film o una obra teatral.

Fueron los historiadores franceses del siglo XX, entre los que cabe destacar como figuras de primera fila a F. Braudel o P. Chaunu y P. Vilar, quienes se dieron cuenta de que en la historia el espacio es igual de importante que el tiempo, y por ello unieron los métodos de la geografía humana, que es la genuina ciencia del paisaje, a los de la historia, consiguiendo así escribir obras que son hitos historiográficos.

F. Braudel escribió un libro, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, en el que ese mar es el protagonista, libro cuyas huellas siguieron recientes historiadores del Mediterráneo como D. Abulafia y L. Paine. El Mediterráneo es un sistema desde la antigüedad. Todas su piezas encajan entre sí, y el movimiento de una lleva al de las demás, tal y como sigue ocurriendo en la actualidad. En su parte norte nacerán las civilizaciones griega y romana, civilización que conseguirá unificarlo política y económicamente en el siglo I. En el sur tenemos la civilización egipcia, cuya riqueza agraria será clave a partir del siglo III a.C., y en el norte de África nacerá el imperio cartaginés, arrinconado por la expansión romana. Debemos tener en cuenta que la ciudad más antigua de Europa, Cádiz, fue fundada por los fenicios 1.000 años antes de nuestra era, y que nuestra península fue parte del imperio de Cartago antes de serlo del de Roma.

El sistema mediterráneo va desde su relieve, sus corrientes, su clima y sus recursos económicos, a sus vías de comercio marítimas, más que terrestres, y aunque en la Edad Media el norte pasase a ser cristiano y el sur musulmán, constituía una unidad. El Mediterráneo de Braudel es una balanza, uno de cuyos brazos es el imperio otomano, que casi no se estudia en nuestras facultades, que abarcaba desde el mar Negro al golfo Pérsico, incluyendo el norte de África. Formaba lo que I. Wallerstein, un sociólogo norteamericano, autor de una imponente obra en 4 volúmenes, llamaba un sistema-mundo, uno de los que se sucedieron en la historia de la humanidad.

El Mediterráneo es un sistema, pero también lo es y lo fue el mar Báltico, que ponía en comunicación Escandinavia con Dinamarca, Alemania y el imperio ruso y en el que nació la Hansa, una federación de ciudades comerciales libres que controlaron el comercio europeo en la Edad Media, y que tuvo a sus grandes historiadores en P. Dollinger o en M. North. El comercio escandinavo de salazones, pieles, hierro, ámbar y carne se extendió por toda Europa y el papel de esa liga comercial comenzó a entrar en decadencia cuando dos nuevos poderes, Inglaterra y Holanda, se hicieron con el control del comercio europeo.

Se llama historia atlántica al estudio de este Océano como sistema mundo, cuyo desarrollo fue a la par del declive del Mediterráneo a partir del siglo XVII. Las grandes potencias atlánticas fueron Castilla y Portugal, gracias a la colonización de América y al establecimiento de los lazos con la India por parte de la segunda de ellas. Castilla, el mayor reino europeo del siglo XVI, no solo colonizó parte de América sino que también monopolizó el comercio con ella desde la ciudad de Sevilla, un comercio estudiado en una imponente obra por P. Chaunu, dejando excluido de él al reino de Aragón, lo que explicaría en parte la hostilidad entre castellanos y catalanes a la hora del nacimiento de la Cataluña moderna estudiada por P. Vilar.

El sistema atlántico abarcaba desde Groenlandia al cabo de Hornos y desde Noruega a Sudáfrica; en él se desarrollaron los imperios español, portugués, inglés, francés y en parte holandés. En él África se unió a América por siglos de comercio y trata de esclavos desde sus costas. Un comercio que sin duda es uno de los episodios ignominiosos de la historia y que ha dejado huellas en las poblaciones descendientes de los antiguos esclavos. Unos esclavos que trabajaron en haciendas, plantaciones, y minas y que produjeron las materias primas de la primera revolución industrial, como el algodón, y numerosos productos alimenticios y de lujo que darían lugar nacimiento del capitalismo, al que F. Braudel dedicó otro libro fundamental.

Da la impresión de que el sistema-mundo atlántico está entrando en decadencia y va siendo poco a poco sustituido por la ruta de la seda de Xi Jinping, ese sistema que integraría a China, India, Pakistán, el Asia Central, Irán y los países del golfo Pérsico, en los que se concentra mucho más de la mitad de la humanidad y sus riquezas. Los EE. UU., siguiendo a Mahan, parecen darse cuenta de ello y por eso cambian el Atlántico por el Pacífico, reforzando sus lazos con Australia, Japón y Corea del Sur, para intentar frenar a ese elefante, que además posee un imponente aliado en la Rusia de Putin.

Esto es así, pero como todas las palabras se pervierten hemos visto cómo el adjetivo atlántico ha adquirido un nuevo significado, cuando se habla de la dieta atlántica frente a la mediterránea, basada en el trigo, el olivo y el vino, desde la Antigüedad, y ahora desplazada por el cosmopolitismo de McDonalds -que a pesar de su nombre no es escocés- o del KFC. O cuando se llama atlántico a lo que antes se llamaba celta.

En el nacionalismo gallego atlántico es sinónimo de celta, y celta de Irlanda y Bretaña, los tres vértices de una curiosa geografía atlántica. No cabe duda de que Irlanda es una isla atlántica, y de que Galicia y Bretaña tienen sus costas en él. Pero la isla más importante del Atlántico es Inglaterra, que a veces de la impresión de que estos autores quieren situar en el Índico, y también es esencial en el Atlántico Escandinavia, unida al Báltico, e Islandia y Groenlandia. Pero claro, lo que no es supuestamente celta no puede ser atlántico y todo lo céltico y atlántico ha de tener una raíz común que llegue a la prehistoria, que es esa época en que todo era auténtico porque era primigenio.

Irlanda tuvo una población celta, pero su cultura fue importante gracias a su cristianización. Su primera ciudad, Dublín, fue fundada por los vikingos, que llegaron a controlar la isla, así como parte de Inglaterra. De Irlanda salieron 1.500 vikingos y otros 1.500 esclavos celtas que colonizaron Islandia, uniéndose ambas poblaciones cuando los esclavos fueron liberados debido a la alta mortandad. De Irlanda salió una población que colonizó el SW de Escocia, donde convivió con otras distintas y con los vikingos, que fundaron los condados de las Órcadas y que dieron a los ingleses al rey Cnut, que también fue santo. La historia de Bretaña e Inglaterra se cruza durante toda la Edad Media, como lo hace con la de Escandinavia. En la historia de Galicia tenemos poblaciones imposibles de identificar lingüísticamente hasta la Edad del Hierro. En ella hay testimonios celtas y de otras lenguas desconocidas, y una parte de Galicia es costera y otra interior. Pero, puestos a ser étnicos, los gallegos somos alemanes, como los suevos, pueblo germánico como los visigodos, y por qué no decirlo, básicamente somos romanos, porque hablamos una especie de dialecto del latín , como nuestros parientes del grupo de las lenguas románicas: catalanes, italianos, franceses, rumanos...; todos ellos muy poco célticos y difícilmente atlánticos.

09 ene 2022 / 01:00
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