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Que tu origen no determine tu destino

ACABO de regresar de Washington de impartir la conferencia de clausura Que tu origen no determine tu destino, en el séptimo Congreso Norteamericano de Mujeres Latinas, y he tenido la oportunidad de constatar una vez más, de las decenas de veces que lo he hecho a lo largo de los años y en todas partes del mundo, que nuestro origen no tiene por qué determinar necesariamente nuestro destino.

Es verdad que la historia es tozuda
tratando de demostrarnos una y otra
vez lo contrario, y muchas veces lo hace con contundencia. Así, todos sabemos por nosotros mismos, o nuestros padres, o nuestros abuelos, que tradicionalmente ha habido familias con renombre y con poder por su posición económica, por su prestigio profesional, por su posición
política, o incluso por su apellido, en to-das las ciudades y pueblos de España. Y ciertamente esto es igual en cualesquie-
ra partes del mundo.

De este modo se va perpetuando de un modo u otro que la posición social que vamos ocupando en nuestras comunidades venga, en millones de casos, genealógicamente predeterminada. Y se generan una especie de sagas donde los hijos siguen en muchísimos casos la estela vital de los padres, abuelos... Y esto está muy bien probablemente para aquellos que se encuentran de la mitad hacia arriba de la pirámide en la escala social, pero sin duda se convierte en una condena para los que se sitúan en los estratos medio bajos y bajos de esa escala, que encuentran muy difícil romper la cadena invisible, pero cierta, que los ancla prácticamente sin remisión a vivir una vida miserable.

¿Pero cómo romper esa cadena? ¿Es posible hacerlo? Sin duda lo es, porque el mundo está lleno también de ejemplos de personas que, viniendo de familias situadas en la base de la pirámide, han sido capaces de ir subiendo peldaños hasta llegar a ocupar posiciones que en teoría por sus orígenes les estaban vetadas. Pero, ¿qué es lo que hace falta para que ese salto se produzca? Hay que tener hambre, no sólo física, que a veces también ayuda, sino hambre de ser, de crecer, de progresar.

Hay que tener sueños, es decir, hay que tener la capacidad de imaginarse otra vida distinta de la que tenemos. Hay que tener voluntad, para hacer lo que sea necesario para pelear por nuestros objetivos. Hay que tener compromiso, jurarnos a nosotros mismos que pase lo que pase no vamos a cejar en el empeño. Hay que creer en nosotros y nuestras capacidades para lograr lo que nos proponemos. Hay que esforzarse y entender que los logros no vienen tumbado en un sofá. Hay que saber el verdadero significado del fracaso, que no es otro que entender que todavía no estamos suficientemente preparados para conseguir lo que nos proponemos y aprender de ello.

Hay que ser humilde y reconocer nuestras limitaciones, no para abandonar o no intentarlo , sino para ser valientes y pedir ayuda. Hay que ser capaz de superar los miedos, dándonos cuenta de que todos los tenemos, pero que solo los que se enfrentan a ellos y saltan por encima alcanzan sus objetivos. Hay que ser agradecidos, y valorar cada pequeña aportación que otras personas van haciendo en nuestras vidas, siendo muy conscientes de que sin ellas no habríamos podido seguir el camino que nos habíamos trazado.

Hay que saber perdonar, porque sino lo hacemos, no podemos pretender que otros, a los que sin duda haremos incluso involuntariamente daño, nos perdonen nuestros fallos y errores, lo que nos impediría avanzar en nuestro propósito. Hay que tener referentes, conocer otras historias de personas que habiendo partido de una posición igual o peor que la nuestra, lo han logrado, y utilizarles de faro en los momentos oscuros que seguro vamos vivir en nuestra ruta hacia ese cambio de vida. Y también hay que tener fe, fe en la providencia para aceptar que lo que va sucediendo es para nuestro desarrollo y crecimiento porque sino es muy fácil caer en la desesperanza y abandonar el camino necesario para llegar a la meta deseada.

Yo he tenido la suerte de vivir experiencias y de conocer a personas a lo largo de mi vida que me han demostrado que se puede dar el salto del que hablo en este artículo. Personas que son el vivo ejemplo de que su origen no ha determinado su destino. Y para no hablar de historias personales, que las hay, estoy pensando en Gennet Corcuera, la protagonista de mi película Me llamo Gennet, que habiendo nacido en Etiopía, sordociega, en plena hambruna, de ser entregada en una casa de acogida de Madre Teresa... sobrevivió durante años y fue adoptada por una mujer española y traída a España y educada hasta conseguir convertirse en la primera persona sordociega de nacimiento de Europa en obtener un título universitario y llegar ella misma incluso a ser profesora. Gennet ,sin duda, ha cumplido todos los parámetros que yo he descrito.

E igualmente miles de mujeres de las que he conocido en Washington en el congreso. Muchas de ellas, arrastran un pasado durísimo de pobreza, de marginación, de guerras, de violencia de género, de abusos... que les hizo huir de sus países de origen recorriendo miles de kilómetros atravesando fronteras, muchas veces explotadas por mafias, obligadas a prostituirse, o siendo violadas a cambio de dejarlas vivir, para poder llegar a Estados Unidos en pos de un futuro mejor para ellas y sus familias.

He conocido historias de todo tipo, desde las que tienen que seguir trabajando muy duro dieciséis horas al día para poder comer, pagar la luz y el agua y poco más, hasta las que se han hecho tras años de esfuerzo y perseverancia grandes empresarias, o han conseguido buenos trabajos al haber conseguido formarse o incluso obtener títulos universitarios.

Mujeres, madres la mayoría, muchas, madres solteras... que añaden esos tres handicaps a los que ya traían, y que me han vuelto a demostrar que si cumpli-mos ese decálogo del que hablo más arriba, podemos cambiar en gran parte o en su totalidad ese supuesto destino al que estamos encadenados de por vida en función de nuestro lugar de nacimiento y nuestra posición social.

13 nov 2022 / 01:00
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