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¿Quién adoctrina a quién?

    ÉRASE una vez un país en el no existía la educación. Era tal su falta que, dependiendo de donde nacieras, tenías acceso a uno u otro tipo de enseñanza. Y lo que es más grave: la discriminación educativa llegaba a tales extremos que urgía recuperar la equidad que merecían todos y cada uno de sus alumnos. O mejor dicho, de sus alumnas y alumnos. O todavía mejor: de sus alumnxs.

    En fin. Que con semejante bazofia de sistema educativo aquel país debía esforzarse en recuperar los valores éticos y cívicos perdidos para que su ciudadanía, oprimida y subyugada, volviera a recuperar el espíritu crítico y a gozar de mayores cuotas de participación.

    Su ley educativa era tan mala que apenas concedía autonomía a los centros, nunca reconocía metodologías ni contenidos innovadores y no dejaba margen a una mejor organización de las escuelas. Era así de antidemocrático. Y en semejante contexto, el liderazgo académico del profesor era una utopía.

    Y qué decir del nexo entre el centro educativo y su entorno. Una falacia. Un imposible. Tanto como expresarse en clase en cualquier idioma que no fuera la lengua vehicular ¡Vaya país de mal educados! Lo que hay que wert...

    Para mayor desgracia, un número importante de aquellos incívicos faltos de ética se habían formado en centros concertados, contribuyendo al despilfarro de los recursos públicos. Porque esos centros no eran una solución. Eran nichos de segregación, discriminación y adoctrinamiento. Un gasto tan superfluo como los centros de educación especial.

    No sé en qué país ha vivido usted, señora Celaá, pero yo no me identifico. ¡Qué hubiera sido de España sin centros concertados ni privados! Yo lo sé bien. Y usted también, aunque ahora reniegue. Porque no nos cuente cuentos. Esto no es una ley de educación. Es un pacto de gobierno diseñado para saciar el nacionalismo de unos, el radicalismo de otros y el resentimiento de algunos más.

    Es un nuevo ataque a las escuelas católicas. Es disfrazar una alianza política de consenso educativo. Es dar la espalda a la cultura del esfuerzo primando el pasar de curso sobre el aprender. Es una obsesión nacionalizadora. Es vendernos autonomía y colarnos a un censor político en los consejos de nuestros colegios. Es obligarnos a hacer lo que ustedes quieren y a llamarlo libertad.

    ¿Es eso equidad? ¿Es eso ético? ¿Es eso cívico? ¿Es eso espíritu crítico? ¿Es eso democracia? No nos engañen más. Porque nuestros hijos son nuestros, no del Estado. Eso sí. Su futuro, que es el de todos, depende, en buena medida, de nuestras leyes de educación. ¡Aplíquese!

    26 nov 2020 / 00:00
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