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Rafael Simancas

    UNA mañana de final de la primavera de 2003, Rafael Simancas fue objeto del mayor latrocinio perpetrado en la democracia española. Un par de indeseables de cuyo nombre no quiero acordarme, traicionan a su electorado al desaparecer, por un puñado de monedas, de la asamblea regional, para no tener que votar a Simancas, presidente in pectore de la Comunidad de Madrid.

    Desde entonces se cono-
    ce como tamayazo a esta infamia, y Rafael ha seguido con su carrera política al
    servicio de los ciudadanos madrileños. Desde no hace mucho, es el secretario general del Grupo Parlamenta-
    rio Socialista donde desarrolló una callada y extraordi-naria labor en el difícil co-metido de dirigir a ciento veinte diputados.

    Simancas no ha dicho ahora ni más ni menos que lo que millones de madrileños pensamos: qué una nefasta gestión de Ayuso al frente de la crisis de la covid-19, impide que Madrid avance en la desescalada de la enfermedad. Quizá no acertó con el empleo de las palabras más adecuadas, pero su mensaje es mayorirariamente compartido.

    No es legítima ni decente una segunda crucifixión de Rafael Simancas, ahora a golpe de clavos de tuit y de comentarios repugnantes vomitados desde ciertos medios de comunicación.

    “Atrás se va quedando el acumulativo / refrendo de los días, / el denso, imprecisable / aluvión de memorias / donde se alternan discontinuamente / figuras, horizontes y pérdidas / que en el ámbar del tiempo se recluyen. / Vivir es ir dejando atrás la vida”. Lo escribió José Manuel Caballero Bonald, y Rafael Simancas dejó atrás aquella traición a pesar de que los mismos gozques aún sigan ladrando. ¡Feliz San Isidro!

    14 may 2020 / 22:45
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