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Reinventar la alegría

    Me lo decía Manuel Vilas, quizás con otras palabras, después de se hermoso viaje a sus habitaciones interiores que fue ‘Ordesa’: la felicidad está sobrevalorada y la alegría es a menudo objeto de desprecio. Luego escribió otro libro estupendo para explicarlo. En estos días pienso en esa fragilidad nada impostada que tiene Vilas, esa perplejidad ente el mundo y ante la súbita belleza de la alegría, que él descubrió con esa luz, con esa brillantez con la que se descubren las cosas por primera vez en lugares inesperados.

    La fragilidad ha sido confirmada. Estas semanas nos han dado algunas lecciones, pero volveremos a sentirnos los reyes del mambo, o del mando. Somos una especie que acostumbra a ir muy sobrada: muchos emplean un lenguaje de hierro, una herramienta feroz para domar a los otros. Los hay que no renuncian a esa estúpida superioridad que al parecer llevamos de serie: y todo eso en un planeta en el que algunos ya empiezan a preguntarse si el virus no seremos nosotros.

    Por eso, aquí estamos ya otra vez enredados en bizantinas discusiones. Ahogados por los números, las muertes son cifras que varían, que suben y bajan, en el carrusel de la desescalada. Algunas historias personales, preñadas de esa soledad que se consume en frío, se abren camino en las televisiones o en los periódicos, pero, en conjunto, este mundo compuesto por pulcros encuadres prefiere no hacer visible al muerto próximo, o, como mucho, lo reduce a términos matemáticos y a los pilares que sujetan las estadísticas, columnas del nuevo mundo. Siempre hemos visto más a los muertos lejanos que a los próximos, pero se diría que la muerte, tan asumida, rompe el discurso de diseño, en el que tiene que primar la imagen del futuro.

    La pandemia nos ha arrebatado a muchos de los que construyeron este presente, que fue futuro un día, pero su voz se ha apagado sin que apenas supiéramos nada de ellos, con un adiós envuelto en las soledades sobrevenidas, víctimas también de un mundo que no quiere detenerse, porque nos han obligado a desprestigiar la lentitud. El ‘New York Times’ ha publicado el nombre de todos los que han muerto allí. Quedará, al menos, el recuerdo de un nombre que fue toda una vida. Tiene razón Vilas. La felicidad está sobrevalorada, tan trascendente y profunda, tan efímera y al tiempo tantas veces ostentosa. Muchos creen que no existe, sólo es un estado ideal, tal vez propagandístico. Y ahí es donde entra la alegría, más terrenal y humana. La alegría no es la felicidad de los pobres, sino más bien la única felicidad de los mortales. Algo gratis que no se encuentra en planes estructurales, que no es el resultado de sofisticados modos de vida, sino más bien un estallido imprevisible. No repetiré aquí la grandeza de lo pequeño y lo doméstico, pero recelo de los discursos engolados que venden la felicidad del futuro como un regalo preciosista, artificioso, o falso.

    Por eso, más que la nueva normalidad (esa expresión horrible), hemos de reinventar ahora la alegría. La alegría no es un proyecto de futuro: es un asunto inmediato, algo que no se posterga, algo que ni siquiera uno se imagina. Brota ante ti como el agua de un manantial. Esa alegría que algunos desprecian podría ser mucho más contagiosa que este virus. Ojalá lo sea.

    27 may 2020 / 00:13
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