Remedio probado

LA lucha contra el coronavirus ofrece una certeza provisional: mientras la pandemia siga haciendo honor a su nombre, no será hacedero acabar con sus dramáticas secuelas. No es sensato ni rentable atacar efectos antes que la causa que los produce.

A la espera de las vacunas en al parecer avanzada fase de experimentación, la única medida que se ha revelado eficaz para contener al virus apátrida se llama confinamiento general, que comporta la paralización de las actividades económicas, mayormente las relacionadas con el turismo y tiempo libre Lástima que las autoridades (in)competentes hicieran oídos de mercader a las fundadas advertencias de los expertos sobre los peligros que entrañaban la dependencia de sol y del cemento.

Se creería que los únicos que desconocen de qué va la vaina son los dirigentes de los partidos políticos si no constara su sumisión a los caprichos de la diosa del dinero, divinidad caprichosa e implacable que exige sacrificios humanos en nombre de la libertad de mercado. La tardanza en tomar medidas que molestaban los intereses de los poderosos y la premura en levantarlas sin reparar en las resultas sanitarias lo sugieren. La economía tiene un papel importante pero subordinado.

Le faltan a la casta imperante dos prendas: discernimiento y altura de miras. De la primera da fe su incapacidad para entender las señales del tiempo presente y recordar el futuro, como demuestra su grosero cortoplacismo táctico; de la segunda atestigua su desprecio del mandato popular recibido en las urnas y, lo que es más lamentable, su desentenderse de los problemas que preocupan a la gente común. Todas las energías las dedican a la satisfacción de sus insaciables ambiciones.

La presentación apocalíptica de la pandemia en curso debería servir de último aviso a la dirigencia mundial de la cercanía del abismo; y salvo contadas excepciones, la respuesta con acuse de recibo tarda en llegar. Merecen una patada en el trasero.