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Sangre española

    EN alguna noche de vigilia, de las muchas que estos tiempos aciagos propician, me he sorprendido reflexionando sobre nuestro mapa genético patrio. Fedatario inexorable de la contumacia de nuestros genes en unir lo que la política ha intentado separar a lo largo de la historia, con el actual resultado de una piel de toro deshilachada y con remiendos, pero todavía una.

    Sin duda uno de los genes dominantes es el anárquico. No somos muy dados a respetar las normas y todo lo que sea alternativo o no convencional –si me apuran falto de organización– nos mola. Pero tiene su lado positivo, desde las Guerras Lusitanas a la Guerra de Independencia, pasando por la Reconquista, hemos exprimido la esencia de la guerrilla y la emboscada. Romanos, árabes o gabachos –comandados por el mismísimo Napoleón Bonaparte– han llevado las del pulpo a cargo del Viriato o el Empecinado de turno. Una fama bien ganada que el propio Adolf Hitler tuvo en cuenta cuando le plantearon cruzar por la brava los Pirineos en dirección a Gibraltar y Portugal.

    Otro de esos genes es el pícaro, en todas sus acepciones conocidas: listo, espabilado, tramposo, desvergonzado, picante, dañoso y malicioso. Hasta el nivel sublime de inspirar un género literario con obras maestras como El Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache, Rinconete y Cortadillo, La vida del Buscón o La pícara Justina. Pero que en la parte negativa nos hacen propensos al cambalache, la puñalada trapera, el estraperlo y el latrocinio. En la positiva a la inventiva, el emprendimiento y a la supervivencia.

    El gen individualista, que nos dificulta a la hora de trabajar en grupo o a respetar lo público, pero nos permite afrontar retos a priori fuera de nuestro alcance, sin mirar nuestras posibilidades. Nos hace aventureros y autosuficientes.

    Sigo sin dormir y pongo la radio. Un alto funcionario de la Unión Europea dice que a día de hoy nuestro manejo de los datos de la pandemia, un año después, es “penoso (sic)” ¡Pobre hombre! No comprende nuestra teoría del orden del caos. Que hasta fuimos quien de horadar una cultura tan ajena como la árabe y en trescientos años los teníamos descompuestos en reinos de taifas, al más puro estilo hispano.

    Acabó tan harto el rey Boabdil que a pesar de que los Reyes Católicos le concedieron un retiro dorado en las Alpujarras, con lo más granado de su corte y ejército decidieron cruzar de vuelta el Estrecho de Gibraltar. Hay quien asegura que con una sonrisa sentenció: “Isabel y Fernando, no os arriendo las ganancias”.

    18 feb 2021 / 01:00
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