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Se necesita más

    PUEDE que yo no sea el más indicado, por falta de formación, para decir lo que se me viene a la cabeza cuando, en pleno ejercicio de la competencia observadora del jubilado, me paseo por la ciudad. No es la primera vez que la veo de manera que no me gusta, pero quizá porque con la edad me vuelvo más quisquilloso, cada vez me gusta menos.

    Al margen de los cantos de orgullo compostelano, que puedo entonar cuantas veces ustedes quieran, puedo sugerirles que se den un paseo desde la Plaza de Cervantes hasta la del Toral, por ejemplo, fijándose en el extraordinario número de casas vacías, incluso debería decir mejor que abandonadas, que se pueden ver.

    Podría decirse que la propia ciudad parece un espacio abandonado. Que lo que queda de eso que aún llamamos el “casco histórico” es una muerte urbana sin paliativos. Un campo cada vez más yermo e improductivo. En alguna calle, más edificios abandonados que habitados.

    ¿Por qué, pues, su estado de abandono? Me atrevo a pensar, ya digo que a pesar de mis limitaciones cognoscitivas al respecto, que la defensa del patrimonio urbano de Compostela es insuficiente y hasta, a la vista de lo que se ve, ineficiente.

    Quizá porque no basta con definirla como una mera protección arquitectónica. Que tendría que añadírsele un contenido social más decidido, que permitiese dar usos más satisfactorios y ajustados a las demandas de los vecinos, tanto actuales como potenciales.

    Muchas de las personas que vivían en esas casas antes de abandonarlas, ellas o sus hijos, se fueron del centro de la ciudad porque, según dicen, no siempre resulta cómodo vivir en él si implica una considerable reducción de los servicios que hoy se demandan en la cotidianeidad. El cuidado de los propios edificios, sometidos a un estricto control de formas y calidades, que no siempre es desacertado ni innecesario, es, sin embargo, limitante y caro.

    Creen que las restricciones que se le imponen a la incorporación de las nuevas tecnologías para la mejora de la calefacción o el abastecimiento de electricidad, por ejemplo, vuelven a tener ese problema: que es más barato y fácil equipar como es debido una casa en las afueras, con su garaje, su bomba de calor, placas solares en el tejado, y todo eso que hoy se le pide a una casa.

    Vamos, que, para vivir en el centro de Santiago, primero, tienes que ser rico, segundo, paciente y, tercero, a pesar de todo, renunciar a comodidades que cada vez se consideran más básicas. Queda como consecuencia, pues, el abandono. Y si la gente se va, la ciudad se muere.

    ¡Hay que darles vida a esos edificios!

    22 dic 2022 / 01:00
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