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Seriedad, señores

    DE una semana para aquí se puede decir cualquier cosa menos que este parezca un país serio. Así, por ejemplo, todas las incidencias que se desataron a raíz de la aplicación de una condena a un cierto diputado, por hechos dudosamente contrastados y menos fehacientemente probados, señalada en una sentencia también discutible, a lo que se ve en los debates estrictamente jurídicos que ha suscitado, y contestada con procedimientos harto torpes, por ser indulgente en el juicio, todo eso, digo, pone en evidencia que aquí hay mucha gente a la que habría que poner en una cuarentena por la que se hiciese obligado pensar antes de hablar.

    Se ha pasado de verbo incluso el juez que más representa al tribunal que dictó la tal sentencia, y ya no sólo por su contenido y los razonamientos que lleva implícitos, sino también por el tono y las formas de sus respuestas a las solicitudes de aclaraciones sobre sus consecuencias, a las que tienen derecho incuestionable tanto el condenado como, en este caso, la autoridad que ha de dar cumplimiento a la misma.

    No es tolerable que nadie se dirija a la tercera autoridad del Estado, después de El Rey y el presidente del Gobierno, cual es la ahora presidenta de las Cortes Generales, con gracietas que bien podrían considerarse poco respetuosas y, en todo caso, gratuitas. Ya no sólo se trata de que los jueces quieran ser respetados sino también de que se hagan respetar, con comportamientos y pronunciamientos igualmente respetuosos. Y esta vez no han sido así.

    Tampoco ha sido razonable y puede que ni siquiera tolerable que una ministra del Gobierno, sea cual sea el origen o causa de su discrepancia, ni con aquel tribunal que ha juzgado ni con esta autoridad que tiene la responsabilidad de aplicar su sentencia, se pronuncie al respecto con intolerables acusaciones delictivas.

    En este caso, independientemente del contenido de unas y otras argumentaciones, dada la incidencia de que desde el Gobierno se acuse a la presidenta de las Cortes de incurrir en delito es, además de extraordinariamente grave, rotundamente estúpido.

    Si las circunstancias en que se ha constituido el actual Gobierno de coalición no implicasen una cierta merma de las competencias de su propio presidente, sería inconcebible que la tal ministra siguiese en el desempeño de su cargo por eso, por estúpida.

    Nada de esto que he dicho es serio. Y se reclama, con acierto y derecho, una enmienda a su totalidad. Nos merecemos un respeto. Y más con la que está cayendo, que bien parece que, sin añadir fuego, lo que menos nos faltan son dificultades.

    28 oct 2021 / 01:00
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