Sexo líquido

ENCIENDO el navegador y me invade un mundo más poblado que mi calle. Se me cuela la noticia de un simposio de 2018 en Barcelona, con título tan ambiguo como la exposición con que se clausuró: Inter_nal moviments. Fluidez sexual, cambios de sexo. Nuestra civilización consumidora de novedades pretende presentar como ordinarios fenómenos excepcionales.

Tiro de un hilo y descubro que diez series televisivas de éxito incluyen personajes de esa característica. El alquiler de vientre para satisfacer deseo de paternidad ha dado dos hijos a Ray Murphy y a su pareja gay. Murphy es el guionista de series en la cumbre de producción, y sus elecciones personales y narrativas marcan tendencia.

Ryan y su pareja gay esperan un tercer niño obtenido por el alquiler de un vientre femenino. La musa de la última peli de Woody Allen, Elena Anaya, tiene un chico de tres años junto con su esposa, otra chica. El crío, engendrado por un varón de paso. Sexo biológico desviado de su proceso, lo natural, el sexo, redireccionado a una alternativa llamada cultural, el género.

La exposición arriba mencionada sugiere que “existen 4.000 variaciones entre el género femenino y masculino” y que la diferencia hombre-mujer sería una entre ellas. “El sistema binario que tenemos está dejando de encajar en la sociedad actual”, dice la comisaria Cassachia y reconoce que no lo tiene todo claro.

Quizá yo tampoco pero el sexo líquido es un revulsivo social con el cambio de uno a otro decidido por sensación o por capricho. El sexo binario, ser hombre o mujer, aclara una personalidad inmadura, reajusta perplejidades juveniles. Las manipulaciones del sexo provocan conflicto, relaciones abolladas, abusos del fuerte, a veces tragedia. El sexo binario es generativo, está contrastado por eficacia milenaria.