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Sí, Marie Kondo habla al fin sin dobleces

    HE LEÍDO con alarma las declaraciones de Marie Kondo a ‘The Washington Post’. Sus palabras han aparecido de inmediato en todos los medios del mundo, porque Marie Kondo es (o era) una de esas gurús reconocidas y aclamadas, autora de una nueva religión doméstica (o no tan nueva) que consistía en alcanzar la felicidad con una vida basada en el orden más estricto. Ahora, de pronto, parece renegar de esa fe: su casa tiende al caos.

    Yo comprendo que tiene que ser duro para sus seguidores. Para sus fervientes creyentes, que son multitud, que son iglesia. Los que encontraron en ella la paz de los armarios. El equilibrio improbable de los vestidores. Aquellos convertidos que vieron la luz con sus libros y sus series, y su método ‘kurashi’, que significa algo así como ‘forma de vida’, y que renunciaron para siempre a una vida doméstica pecaminosa de desorden y baldas distraídas, que apostataron del culto a la santa leonera, tan extendido, que abjuraron de las habitaciones como agujeros negros que todo lo devoran.

    Quién no ha encontrado alguna vez una vieja zapatilla en el momento de ser tragada, en el mismísimo horizonte de sucesos. Esa vida disipada del desorden de tu nombre, con aquellas expediciones urgentes a la busca del objeto perdido y nunca hallado en algún lugar del apartamento, cambió radicalmente gracias a la doctrina Kondo, gracias a esa iluminación que tantos vieron en Netflix, que enseñó a millones el nuevo credo de las toallas dobladas como nadie las había doblado nunca en la historia de la humanidad. Por eso la creímos. Por sus milagros. Porque aquello era un verdadero milagro, un plegar que merecía una plegaria, que hasta los más avezados dependientes y dependientas de las tiendas del ramo textil, bien acostumbrados a doblar lo que nosotros desdoblamos sin cesar, ese interminable proceso de destrucción y reconstrucción que sucede a diario en la monotonía de los ‘stores’, debieron reconocer en ella a una santa sin dobleces, valga la paradoja, una revelación para el gremio, una divina creadora de espacios en los atestados departamentos de clase media.

    Y por eso ahora, cuando Marie Kondo nos despoja de una fe bien construida, cuando cae del caballo o del caballete camino de las telas de Damasco, el personal se rasga sus vestiduras en las cuatro esquinas, pronto apartará a Kondo de su ministerio mediático, y la convertirá, seguro, en el ejemplo poco ejemplar de quien se rinde a los asuntos del mundo real, al desorden infinito de las cosas, al caos de después de venir del gimnasio, que es comparable a la guerra de Troya, a la anarquía inspiradora de las habitaciones de los niños, donde los peluches conviven sin queja alguna con los restos del naufragio de la última colada. Yo quiero más, sin embargo, a esta Marie Kondo que se baja de golpe de la estantería donde figuraba ya como diosa del hogar, de su ordenado y pulcro altar, y se vuelca, incluso se zambulle, en el realismo sucio (esperemos que no mucho), empujada, sí, por la experiencia inenarrable de su tercer hijo, que le ha descolocado, ay, el ‘kurashi’, que la ha hecho terrenal y menos adicta al punto limpio. Marie, ahora te amamos mucho más los que aprendimos a negociar la felicidad con las habitaciones oceánicas.

    Ella, dicen por ahí, tira ahora la toalla. Ella, que la doblaba tan bien. No sea motivo de chanza ni de fácil crítica, pues es verdad que el orden ahorra tiempo, pero quizás resta emoción a la vida. Limpiar es bueno, sobre todo la mente. Y Kondo siempre dijo que ordenar y limpiar la casa es como limpiar la vida. Pero la propia vida nos va enseñando que hay cierta belleza en el desorden de los días infantiles, como la hay en los desvanes donde se acumula la memoria. No todo es el ahora. Hay un poso en los objetos descentrados, aborrecidos por la dictadura de lo inmediato. Mejor, Marie, este descenso tuyo a los trasteros, esta caída, esta aceptación del pequeño caos, mejor no hacer tantos planes con la mopa y los muebles clasificadores, aunque sin duda es muy hermosa la ancestral filosofía del ‘feng-shui’. Mejor así, Marie, sin ese estricto protocolo, sin ese rito, sin esa religión.

    03 feb 2023 / 06:00
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