Silencio sonoro

EN Pascua florida evoco el viacrucis romano junto al Coliseo, viernes pasado. Las meditaciones fueron confiadas a familias que han vivido experiencias distintas, con sus dificultades, alegrías, esperanzas. Desfilaban graves, ninguno triste portando una cruz, y oíamos su pudoroso testimonio por megafonía leído por terceros. Un matrimonio que empieza, una pareja de ancianos sin hijos, una familia con un miembro discapacitado, otra adoptiva, la viuda con hijos, la otra que ha perdido una hija... Dos enfermeras colegas, rusa una, la otra ucraniana, compartieron la misma cruz, y hubo un silencio orante muy largo, preferido a palabras.

Hasta catorce situaciones con una pata coja. Bajo una sombrilla familiar, sin halagos a corto plazo, todas y cada una tenía sentido y conciencia de enriquecer el Mundo y sus dolores. En la VI estación, preparada por una familia que coordina un centro de acogida, se da cuenta que su casa “es grande, no solo en términos de espacio, sino sobre todo por la riqueza humana que allí habita”.

Otra confesó que “desde el comienzo del matrimonio nunca fuimos solo dos, aún ahora –con 42 años de matrimonio, tres hijos naturales, nueve nietos y cinco hijos adoptivos no autosuficientes y con graves dificultades psíquicas– ha sido todo lo contrario a triste”.

El dolor los ha hecho volver a lo esencial, “ordena las prioridades de la vida y devuelve la sencillez de la dignidad humana en cuanto tal”. Para una pareja, en la vía dolorosa bajo el peso de sus cruces, descubrimos que el verdadero rey es aquel que se entrega y se da como alimento, en alma y cuerpo”.

En todas hay dolor asimilado: “Es vida perdida Vivir sin amar; Mejor es penar Sufriendo dolores; que estar sin amores” (Juan del Encina, 1496).

En esta época distraída y más allá de las colas para lo trivial, la Semana santa cristiana tiene aportes que enriquecen la condición humana.