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Sobre el amor y la guerra

    CASI cuatro años después me vuelvo a encontrar con el gran Agustín Fernández Mallo, escritor de vanguardia, signifique eso lo que signifique. Tuvimos la presentación de su último libro (junto a Javier Pintor, el organizador perfecto) en la Fundación Seoane, lugar icónico de la cultura. Llevo entrevistando a Mallo desde la Nocilla. Sí, ya saben, el Proyecto Nocilla. Algunos lo tomaron con escepticismo, pero luego se ha aupado a la literatura post/post/post, o como se le quiera llamar. Lo han traducido muchísimo, con su cosa americana, con su pop del derrumbe.

    Un subidón, encontrarme de nuevo con Agustín, que vive allá en Mallorca. Volver a A Coruña es volver a casa, desde luego, pero él habita ese lugar distinto de la literatura, ese sitio distinto (allí andaba, anoche, Antón Reixa, entusiasmado con el escritor). Hace Fernández Mallo una literatura inesperada quizás en los tiempos que corren, logra, como dije un día “una amalgama inteligente del ensayo con la ficción, y de la poesía con ambos, de tal manera que es difícil encontrar la separación de los géneros. Su pensamiento fluye con la prontitud de un río heracliano, encuentra un orden molecular, se mezcla y se transforma, dibuja visiones del mundo que sorprenden”.

    A pesar de su lejanía con lo convencional, tiene legión de seguidores (de lectores, o sea). Me acordé de cuando hablamos de la guerra, en 2018. Entonces me dijo que Europa es un lugar de verdes praderas, y otros lugares son áridos y pedregosos, pero bajo las praderas sabemos que hubo dolor y sangre. En su nueva novela, El libro de todos los amores (Seix Barral) asegura que todo lo que se crea en el mundo permanece. Dice que Hitler y Mussolini fueron “grandes borradores del siglo XX”, pero es difícil borrarlos a ellos, esa memoria terrible. Hay líneas que lo unen todo, todo está relacionado de alguna forma. “Hacer literatura es saber relacionar”, me dice.

    La Prehistoria a veces aflora, por enterrada que parezca. Su Trilogía de la guerra habla del suelo herido, de los paisajes sangrantes. Creímos, pienso yo, que esa era una idea del pasado. Pero no. En El libro de todos los amores la acción discurre en Venecia. Allí fue la primera reunión entre Hitler y Mussolini, por cierto. Lo cuenta Agustín. Nos dijo ayer: “llevaron tantos camisas negras a recibir a Hitler que el suelo de la Plaza de San Marcos se hundió un poco”. La reunión duró dos días y parece que no hubo acuerdos.

    Esta es una novela sobre el amor, pero el amor en su totalidad, como forma de entender el mundo. Le digo que la suya es una Teoría del Todo Amor. Que sea Venecia no tiene que ver con que la ciudad sea un lugar romántico. Para Fernández Mallo es una versión antigua de Las Vegas. Un lugar raro e inesperado. “Esta montada sobre troncos, no tiene base rocosa, sino vegetal. Eso me interesó mucho. Como los dibujos botánicos de Tadeo Haenke, que se vio obligado a definir cientos de tonos al estudiar las flores. Yo quise encontrar la paleta de colores del amor”, explica.

    El libro de todos los amores contiene una novela que parece de Hitchcock. Una pareja, un profesor de latín y una escritora, se encuentran con que ellos son los elegidos para salvar un mundo que se acaba tal y como lo conocemos. “No quiero ser apocalíptico, no lo pretendo en el libro. Nos han vendido el miedo, y luego vienen corriendo a vendernos las soluciones al miedo”, dice.

    04 mar 2022 / 01:00
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