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Sponsor

    COMO amante de la lengua, que es lo que quiere decir filólogo en griego, soy totalmente partidario, ¡faltaría más!, del aprendizaje tanto de lenguas modernas como de lenguas clásicas –no muertas como piensa el vulgo–. La diferencia radica en que, a consecuencia de los pésimos planes educativos socialistas, a unas se las permitió ir creciendo y a otras se las arrumbó en el baúl de los recuerdos, haciendo inviable en la práctica su estudio.

    Yo mismo pude comprobar cómo en una oferta de cuatro asignaturas: latín, Historia del Arte, Música y Griego, para elegir dos, el Griego tenía pocas posibilidades de elección, pues competía con asignaturas de mucho menos calibre. Nosotros pretendíamos que el Griego y el Latín, como disciplinas de letras, estuviesen enfrentadas a asignaturas de Ciencias, Física y Matemáticas, para que el combate fuese equitativo.

    Incluso, el mayor helenista del mundo y director de la Sociedad Española de Estudios Clásicos prof. Rodríguez Adrados llegó a proponer a los ministerios socialistas un Bachillerato de cuatro años para alumnos que fuesen a la Universidad y otro, como debiera ser, para los estudiantes que iban a seguir la Formación profesional. Su propuesta fue echada a la papelera, con el apoyo de los sindicatos y de las comunidades autónomas en general.

    Al final, para prestigiar a la Formación Profesional, terminaron por confundirse Bachillerato y aquélla; es decir, “vestir a un santo para desnudar a otro”, con los resultados conocidos: confusión de los profesores de E. Media, que habían tenido que superar unas pruebas más exigentes que los de Formación Profesional, eliminación sin escrúpulos del Ilustre Cuerpo de Catedráticos de Instituto, con la ignominia de considerarlo “Profesorado No Universitario”, precisamente a nosotros que habíamos tenido que superar, en Madrid, unas pruebas que difícilmente hubieran superado hoy los actuales profesores titulares de Universidad; y otros atropellos que me es penoso mencionar.

    Como decía al comienzo, veo muy bien el aprendizaje de idiomas modernos. Por eso me parece normal el uso de anglicismos, no su abuso. Ocurre con ellos como con los tacos, que, cuando son bien utilizados por un orfebre del lenguaje, mejoran la calidad literaria de un texto. Por el contrario, a mi juicio, deben ser desechados, como es el caso de sponsor, cuando en castellano tenemos una palabra más castiza y que encaja muy bien en nuestro oído como es patrocinador. Y es que el anglicismo sponsor, a pesar de su etimología latina, véase sponsus: novio y sponsalia: bodas, desnaturaliza nuestra lengua y no nos aporta semánticamente tanto como el latín patrocinium, de donde con el sufijo -tor de agente y sonorización de la dental /t/ sale en castellano patrocinador, mientras que sponsor no tiene derivados en castellano como la acepción de patrocinador.

    Como no los tiene esa funesta palabreja bullying=”intimidación”, que yo sustituiría por acoso, término muy de moda –que debiera ser castigado, pero no se hace y se pasa de largo– en los centros escolares, donde en aras de un igualismo ramplón unos cobardes matones, día tras día, persiguen la inocencia y la excelencia, mientras las autoridades educativas, como dije arriba, permiten que los victimarios se salgan con la suya, como hizo aquel pastor de lobos Setién, de tan aciago recuerdo, con las víctimas del terrorismo.

    08 sep 2022 / 01:00
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