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Tanteando

    HA sido una semana, esta que dejamos atrás, entre el sopor de una cumbre de Glasgow que se trata de salvar y la tensión en la frontera este de Europa, donde hemos vivido el cainismo político y las declaraciones de cara a la galería. Sigue el barullo de nombres presentados al tribunal constitucional. De paso son conscientes sus señorías del deterioro a la imagen de una de las instituciones medulares de una democracia. Pero no les importa. El precio a pagar o los precios pagados van en proporción a lo que algunos llevan inscrito en su frente. No hace falta cábala ni maquinación alguna, menos insidiosa, pero la hemeroteca está llena de noticias que cuando menos recusarían en un país serio ipso facto a algún candidato propuesto. Pero señores es lo que hay, el cinismo en estado puro de algunas cúpulas o de otras que prefieren tapar la nariz o votar en conciencia. Que no es lo mismo.

    También la vicepresidenta sigue con su juego de amagar, de jugar a ser presidenta. O a lo menos, presentarse a las elecciones como cabeza de lista de una plataforma feminista. Se reúne con algunas de las que son, pero no todas las que son o deberían estar. Según se mire, cada cuál que elija. España es país de saber optar. Aunque no pocas veces nos hemos equivocado en los tiempos. Habla sin tapujos la política gallega, otrora, no hace mucho todo hay que decirlo, comunista de vieja usanza, de un proyecto de país. Confieso que recelo mucho de aquellos que tienen un proyecto de país pero no son capaces de enhebrar un decálogo de ideas realistas. Todo vale de cara a la galería mediática, vacía de antemano porque nadie comprueba ni exige ni castiga en función de si se cumplen o no las declaraciones, las ideas, los proyectos o los programas.

    Pero pienso que como balance político más allá del triunfalismo del presidente del gobierno y del catastrofismo del homónimo del presidente de su partido por permisividad de algunos, algo subyace en el fondo, cual es, la insoportable levedad de la porosidad política de una clase rezagada y recostada sobre la indiferencia banal y moral hacia una sociedad que camina a metros de ellos.

    España es campeona en vacunación. Bien, es verdad, se ha vacunado mucho y bien. Pero puede perder otra batalla contra las olas. Y la sexta, por mucho que las pares han sido menos mortíferas que las impares, todo hay que decirlo, está ahí, llamando ante el desmadre festivo y jolglórico de toda España y donde no se respetan medidas ni miedos, prudencias ni elocuencias.

    Mal hacemos en no tener presente lo que está sucediendo ahora mismo en Alemania, Austria o en Países Bajos y Bélgica. Mal. Porque todo está a tiro de piedra y a merced de tanta imprudencia e insensatez. Que en esto vamos todos sobrados. Campeones pero de verdad, como en estulticia gratuita que también es sumamente contagiosa. Nunca las prisas han sido consejeras. Vísteme despacio que tengo prisa, eso sí. Pero del viejo y rico refranero español, amnesia y silencio. Malos tiempos para la indiferencia. Tenemos el final cerca, pero no lo emponzoñemos con veleidades y debilidades que al final solo traen más muerte y enfermedad. Parece que no hay mañana. Que ansiamos una normalidad que nunca perdimos en su totalidad, porque la normalidad también está en la mente y en lo interior de cada uno. Mas sigamos tanteando. Lenta y pausadamente y nunca decidamos. Sino del españolito.

    15 nov 2021 / 01:00
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