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Tiempo de Adviento

    EL Adviento que significa la llegada de Nuestro Señor, tiene una triple dimensión. Por una parte, el recuerdo del pasado nos invita a celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús. Vino como uno de nosotros, hombre entre hombres. Esa mirada al pasado nos lleva a detenernos en aquel pobre pesebre, en aquellos caminos por los que pasaron José y María buscando posada, llevando en su seno el tesoro más grande de la humanidad. Este tiempo nos trae al presente, descubriendo en la vida diaria la presencia de Jesús entre nosotros y, por nosotros, en el mundo. Asimismo, viviendo ese presente preparamos el futuro de una manera distinta.

    La ola de laicismo que nos invade provoca que apenas tenga presencia en la ornamentación de las ciudades el Niño Dios, pero no habrá laico que pueda impedir el gozo que todo cristiano siente ante la inminencia de su nacimiento. El Adviento es un tiempo idóneo para soñar y así el papa Francisco ha dicho que “vivir el Adviento es optar por lo inédito, por lo nuevo, es aceptar el buen revuelo de Dios y de sus profetas”.

    Vivimos en una coyuntura social, política y cultural que intenta desalojar a Dios de nuestra vida y neutralizar la presencia de los cristianos en el mundo, confinando la fe a la esfera de la vida privada o de la conciencia. Se pretende hacer invisibles y, a la vez, suplantar por otras cosas o personajes a Cristo y su venida a este mundo. Se quiere quitar el sentido cristiano a la Navidad e imponer una navidad laica e ir eliminando del espacio público los signos cristianos.

    El tiempo de Adviento, como todo comienzo conlleva esperanza. Es el anhelo de llegar a término y culminar una obra en la que hemos comprometido el deseo más íntimo del corazón. Los filósofos distinguen entre la espera y la esperanza. Cuando no esperamos, la vida se congela en la tristeza, el sinsentido y la rutina de vivir porque no hay meta. Sin embargo, la esperanza es compromiso eficaz y activo en la construcción del mundo con el convencimiento de que las cosas pueden y deben cambiar e ir a mejor. Sin esperanza la vida se hace dura y agría, se soporta la existencia como losa que hunde en el pesimismo y roba la alegría, su ausencia genera crispación y enfrentamientos.

    Benedicto XVI nos recuerda que “quien no conoce a Dios, aunque tenga muchas esperanzas, está en el fondo sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida. La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos continúa amando hasta el extremo, hasta el cumplimiento total”.

    Toda la vida de un cristiano debería ser un Adviento permanente; el señor viene constantemente a nosotros, a nuestras vidas, a nuestro mundo; y pide ser acogido. Más que nunca, ¡ven Señor Jesús!

    02 dic 2022 / 01:00
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