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Todo parece empeorar

    CUANDO hablamos de los liderazgos políticos nos preguntamos qué parte de las enseñanzas de la filosofía, de la cultura, de la ciencia, no son capaces de asumir. No hablo ya de líderes (es un decir) que han mostrado su desapego por la inteligencia, como Trump, siquiera sea por no quedar en evidencia ellos mismos: en la ignorancia se mueve uno con más ligereza, sobre todo si crees que estás un poco por encima (tampoco mucho), y sin olvidar que la ignorancia permite toda suerte de atrevimientos. Vamos, una bicoca.

    Pero sigo sin comprender por qué evolucionamos en muchos aspectos (la humanidad ha mejorado, yo diría) y, en cambio, la acción política puede caer de pronto a niveles del pasado muy remoto. Como si sus líderes hicieran ‘tábula rasa’ de todos los avances, de todos los conocimientos, de toda la evolución social, sobre todo si tienen que convencer a una parte del electorado con la que quieren congraciarse (como hacer monerías a un infante para que se ría y te acepte). No todo debería valer en las artes de convencer al pueblo, porque la democracia, aunque es cosa de todos, crece en la inteligencia y en la cooperación y se muere, ya saben, en la oscuridad.

    No, no creo que todos los políticos sean iguales ni que toda la política se haya desprestigiado en los últimos tiempos. Es una afirmación peligrosa, por otra parte, que suele encantar a los enemigos de la democracia. Pero, desde luego, hay síntomas preocupantes. No ya en los populismos, o en los líderes mencionados, amigos de la simpleza y la demagogia. No: también hay síntomas preocupantes en esa otra política ‘de la que esperas mucho más’. Hay cierto contagio, o, si hacemos caso a algunos analistas, hay una pérdida de calidad, de nivel, de profundidad, de conocimiento verdadero.

    La velocidad del presente obliga a soluciones rápidas, en muchas ocasiones no suficientemente meditadas. No hablo de las urgencias, que sin duda exigen celeridad, sino de ese vuelco hacia el pragmatismo vertiginoso que no concede mucho tiempo al pensamiento. El conocimiento profundo es el que debe hacer volar al político por encima de modas e ideas dogmáticas. Por tanto, necesitamos ese nivel intelectual del que algunos, a lo que se ve, abominan. A cambio, muchos liderazgos han caído en la frase fácil y publicitaria. Las tecnologías son un vehículo perfecto para ello, a qué negarlo. La política se ve muy afectada por el empacho mediático, por la necesidad de mostrarse. Y por la seducción de las pantallas y los micrófonos.

    Quizás este afán por lo superficial y por la frase escueta haya acelerado la polarización. Es más fácil oponerse a las ideas y a las frases simples. ¡Y no hay que leer mucho! El debate político ha perdido cuerpo (y alma) y se ha quedado en los huesos, con sus sintagmas esqueléticos. Quizás, por falta de conocimiento. Suelo recomendar en este punto ese gran libro de Ezra Klein (Capitan Swing) titulado Por qué estamos polarizados. Se publicó ya en 2021, pero está de plena actualidad. Chris Hayes dijo que Klein nos ayuda a comprender lo que definió como “este peligroso momento político”. Yo diría, “peligroso momento”, en general. Presumía mi generación de no haber conocido guerras cercanas (salvo, quizás, la de los Balcanes) y ya ven cómo está el patio. Y, aunque la nueva religión obligue al optimismo las 24 horas del día, lo cierto es que ahora mismo todo parece empeorar. Y mucho.

    07 ago 2022 / 00:01
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