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Trumpismo vacunal

    “TENGO ganas de joder a los no vacunados”, ha dicho Macron. Lo ha dicho como si fuera uno de esos aristócratas depravados que pueblan las novelas de Sade, en un tono jocoso, regodeándose de la vulnerabilidad de su próxima víctima, deshumanizándola para justificar la agresión. Este fanático cercamiento a los no vacunados (inaceptable desde un punto de vista ético, pero también científico y sanitario) no es, sin embargo, exclusivo del neoliberalismo macroniano.

    Hace semanas el exministro socialista M. Sebastián celebraba que “la idea del pasaporte covid es hacerles la vida imposible a los que no se quieren vacunar”, después de reconocer que este carecía de sentido epidemiológico, pues la vacuna no corta la transmisión.

    En una línea similar, Pardo de Vera afirmaba en Público: “El pasaporte covid para entrar en restaurantes, hoteles, bares o gimnasios es, sin duda, una de las formas de evidenciar y rechazar a estos ignorantes pasto de bulos, pero necesitamos más. ¿Quizás anotarles en la frente el coste de su tratamiento si van al hospital, con uno de esos tatuajes que no se borran en un par de semanas y que les estampen al salir junto con una colleja? No sé, algo... Por mentecatos/as”.

    En este trumpismo vacunal el no vacunado es el nuevo inmigrante ilegal, pues ocupa con respecto al resto de la sociedad el mismo papel que tiene para la extrema derecha el mexicano ilegal o el mena. Es el culpable de todos los problemas derivados de una gestión contradictoria, ineficaz y autoritaria.

    Este populismo sanitario no solo degrada sin base a los no vacunados, sino que al estilo de el Gran Inquisidor de Dostoievsky vilipendia –o, aún peor, silencia– en nombre de la ciencia a los científicos que cuestionan la gestión de la crisis, sin importar que estos sean premios Nobel como Montagnier, catedráticos de epidemiología de Stanford, Oxford o Yale (Great Barrington) o reputados científicos como McCullough o los miembros de HART.

    Este trumpismo vacunal ignora a los expertos que alertan de que la vacunación contra el covid-19 no debiera ser masiva, sino centrarse en la población estadísticamente más vulnerable, o, como decía M. Kulldorff, catedrático de epidemiología de Harvard, en un tweet censurado: “vacunar a todo el mundo es tan científicamente erróneo como no vacunar a nadie”.

    Solo mediante este populismo covidiano podemos entender que, con más del 90% de la población diana vacunada, se injurie al gran reservorio de no vacunados –el grupo de 20-40 años–, pese a su bajo riesgo y pese a que The Lancet ya dejó claro que no tiene sentido hablar de una “pandemia de los no vacunados”.

    Tomémonos, por eso, la vacunación con racionalidad. No convirtamos el número de vacunados en el nuevo PIB, ni legitimemos lógicas abusivas que naturalicen que en el futuro digital-algorítmico compartamos sí o sí nuestros datos de geolocalización o biométricos con la excusa de evitar accidentes, infartos, secuestros o el discurrir de la vida misma.

    25 ene 2022 / 01:00
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