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Ucrania en la UE

    SI Ucrania, como país, representase sólo a esos millones de ciudadanos que nos han mostrado su coraje y su valentía a la hora de enfrentarse a un invasor externo, todos tendríamos claro que su lugar está en la Unión Europea. Si pensásemos en tantos hermanos a ambos lados del Dniéper que han tenido que abandonar todo cuanto poseen para huir de la guerra y la miseria, ninguna directriz ni precepto nos haría dudar a la hora de apostar por la integración del sufrido país del Este en nuestro proyecto común.

    El problema surge cuando descubrimos que, más allá de las personas, las familias y las adversidades que todos sentimos tan cercanas, está un país con unos marcos legales, políticos y democráticos que no siempre resultan coincidentes con los nuestros. De ahí la delicada labor de las instituciones que, a nivel europeo, nos representan. Pues son ellas las encargadas de velar por nuestros intereses mutuos, así como por los beneficios y desafíos que una nueva ampliación de nuestro espacio compartido nos pueda acarrear.

    Es bien cierto que sin la región del Donbass, sin Lugansk ni Donetsk, territorios industriales prósperos ya anexionados por Rusia, la contribución económica ucraniana a la UE será mínima. Y también que la ayuda monetaria que tendremos que aportar los socios incluso para la reconstrucción del país será máxima. Pero si basásemos sólo en los beneficios un proyecto que, más que económico, debe aspirar a ser cultural y basado en valores compartidos, estaríamos repitiendo errores del pasado.

    Hasta ahora el statu quo aparentaba idóneo. Contar con territorios neutrales que blindaban las fronteras de la UE resultaba cómodo. Sin embargo, por motivos que tardaremos años en descubrir y describir sin temor, la estabilidad desapareció. Ahora toca barajar los pros y los contras de una nueva geopolítica; asumiendo que, con la adhesión de Ucrania, heredaremos un conflicto tan indeseado como cercano.

    Países Bajos, Austria, e incluso nuestro hermano Portugal, no lo ven claro. Y la Comisión Europea demanda de Ucrania limpieza gubernamental, órganos judiciales fiables, una nueva legislación audiovisual, respeto a las minorías, y firmeza frente al lavado de dinero y la corrupción de empresas y oligarcas.

    Tampoco resulta extraño el recelo de quienes asumen que un trato favorable a Kiev acarrea nuestra ya confirmada apertura a Moldavia, y quizá también a Georgia; y una invitación para Albania, Macedonia del Norte, y otros. Muchos son los retos, y quizá pocos los réditos.

    Sea como fuere, para eso tenemos a nuestros representantes ante la UE: para que valoren a nivel político y económico, pero también humano, las ventajas y los inconveniente de ampliar un proyecto que todavía no hemos sido capaces de consolidar ni entre los actuales veintisiete.

    27 jun 2022 / 01:00
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