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Un año convulso

    CONCLUYÓ un año sumamente complejo y donde Europa se asomó de nuevo al abismo de la guerra y la sinrazón. Hemos visto en suelo europeo barbarie, asesinatos y la locura que entraña toda guerra. No hemos querido ver hasta ahora otras que se han librado en otros continentes. Pero sí hemos sentido sus consecuencias económicas de primera mano y el drama migratorio. Y quién lo sufre en primera mano son los propios ucranianos.

    En ese espejo es difícil mirarse. También querer hacerlo. Entre tanto Europa ha ido a rebufo, con declaraciones de alineamiento total con Kiev, pero sin ser activos en otros frentes, pese al negocio de la guerra y la entrega de material bélico eufemísticamente llamado defensivo. No todos los países han renegado de Rusia, tampoco de su gas y petróleo.

    Ha sido el año donde todos hemos aprendido que también podemos ahorrar energía, pero también hay quiénes no tienen para esa energía ni para calentarse. El año donde perdimos miedo y respeto al covid pese a las noticias que ahora mismo llegan de China, la siempre hermética China. El año donde los políticos han ensayado su guerra de trincheras y que llegará a su punto álgido los próximos meses en un año electoral y tobogán del todo o nada para todos. Y pese a ello la sociedad ha estado muy por encima carentes como estamos de todo liderazgo y credibilidad.

    En el país de la hojarasca los ciudadanos hemos aprendido muchas cosas aunque me temo que por el camino que vamos, cada vez más hedonista y vacío, relativo y cainita, el futuro no es nada halagüeño ni vemos invita a optimismo alguno. Veremos que nos depara un 2023 donde tocan a zafarrancho y donde espero que no todos nos dejemos arrostrar que no arrastrar.

    No ha habido en los últimos años institución alguna que no se haya erosionado y que no hayan conspicua y deliberadamente erosionado desde cualesquiera atalayas. Hemos debilitado la democracia y el sistema de valores. Y el peaje, a medio y largo plazo, va a ser alto. Se gobierna y se oposita y se hace de cara a la galería y los medios. Aunque no todos. Queda algún resquicio para la esperanza. Pero las debilidades del sistema electoral, querido y bendecido por los grandes partidos y el agotamiento que ha dado en los últimos años es síntoma del descreimiento absoluto en el sistema.

    Silencio en platea que el espectáculo y la coreografía de humo y colores sigue efervescente en los parnasos de la nada y del sonrojo más descarado. Latinos o españolitos de a pie que ya nada ni nadie es capaz de inmutar. Somos lo que somos y en parte porque nos lo permiten. Así nos va, campeones de un ensimismamiento anodino y trasnochado, melifluo y acobardado.

    Llegó un 2023 donde todos alzarán voces y miedos. Discusiones y culpas. Pues en el arte de endilgarlas a los demás, somos maestros de un imperfecto jaque mate.

    04 ene 2023 / 01:00
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