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Un caballo llamado Luis Enrique

En este rincón de Contrariedades al que me asomo los viernes, no suelo escribir de fútbol. Ya demasiadas páginas se le dedican habitualmente en todos los medios, muchas más de las que se merece para ser el deprimente espectáculo en que se convirtió en la actualidad, con resultados adulterados hasta la ficción –sólo que como ficción es pésima y por eso la golean las series–. El fútbol es una antigua pasión heredada de nuestros padres, que decrece día a día y que en su versión profesional hace décadas que sufrió su total extinción como deporte.

No quiero aquí escribir de fútbol, pero me resulta obligado hacerlo de las injusticias que se cometen en su nombre con dinero público. Y estoy de suerte, porque Luis Enrique, y sobre todo la extravagancia perturbadora con la que se desenvuelve, me facilita una puerta de escape para no caer en contradicción. No quiero escribir de fútbol y miren por donde hoy tampoco lo haré, aunque sí de la selección nacional y de su técnico. Pero, afortunada o desgraciadamente, eso ya no es fútbol. Lo sería si el delantero céltico Iago Aspas hubiese entrado en la última y definitiva convocatoria, pero su inexplicable ausencia en esa lista demuestra que lo que se cuece en esa solemne concentración con vistas a la próxima Eurocopa, que pagamos todos, puede ser de todo menos fútbol.

Nadie niega la base jurídica de su absoluta libertad para llamar a la selección a aquellos futbolistas que le vengan en gana. Eso está consagrado en el derecho natural a ejercer esa profesión que le hace rico –oficio que en un siglo pasó de no existir a ser de los mejores pagados de la historia de la humanidad–. No hace falta, pues, que salga Díaz Ayuso en su defensa y nos recuerde su derecho a la libertad. Ni es necesario ni sería el mejor momento para que una madridista ejerciera de abogada de Luis Enrique, ahora que este propició la circunstancia histórica de que por primera vez nadie del once del Bernabéu haga las maletas para defender a España en un gran torneo. Y en cierta medida es una pena, porque las cañas y el fútbol conforman un maridaje tan perfecto que ni Ferran Adrià podría superarlo en sus añoradas cocinas de El Bulli.

Desde las perspectivas legal y consuetudinaria, a Luis Enrique le asiste el derecho reservado a elegir a los integrantes del equipo nacional de fútbol, de igual manera que al resto de los españoles mayores de edad nadie en condiciones democráticas no alteradas nos puede negar el derecho a escoger libremente a nuestros representantes públicos –y mira que nos equivocamos–. Aunque me temo que si el entrenador asturiano, en perfecto uso de su libertad, citase a 23 jugadores de regional preferente –y el actual seleccionador sería el único capaz de hacerlo–, quedaría destituido antes de poner un pie en la Eurocopa. Porque su independencia profesional, como la de todo el mundo, también tiene límites. Con el ostracismo al que condena a Aspas, el atacante con las mejores estadísticas de la Roja, se saltó alguno de ellos. Pero no lo echarán por eso, como a Lopetegui antes del Mundial de Rusia. Ni el Celta ni Moaña ni Galicia tienen tanto poder. El cese sí podría suceder si se llega a tratar de Sergio Ramos en estado sano o, al menos, da esa impresión viendo el tremendo revuelo que originó su no convocatoria estando lesionado. Qué quieren que les diga, para mí, sinceramente, el escándalo sería que el sevillano fuese seleccionado aun sintiéndose en perfectas condiciones. Por lo menos como defensa, como delantero... con Aspas de asistente... con Aspas como asistente hasta podría ir yo.

De los asuntos preñados de injusticias, cuando no son causas sociales sino entretenimientos, suelo desconectar. Así que, por mí, y aunque quedasen campeones, que le den mucho a la selección por donde le quepa. Por mí, como si Luis Enrique quiere hacer internacional a un caballo, imitando al Calígula que nombró cónsul a su corcel preferido. Pero, aún así, la excentricidad del emperador romano estaría éticamente por encima, pues con ella quiso demostrar la incapacidad del resto de los magistrados. Luis Enrique incapaz no es, hay que reconocerlo. Sólo contradictorio y terco y apresurado como un caballo. Un hombre más de acción rápida que de reflexión sosegada. Un caballo desbocado. Un caballo preso en un andamio que cuando baja, mejor apartarse.

28 may 2021 / 01:00
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