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Un encuentro
en Ginebra

    INCLUSO en los momentos críticos hay tiempo para estrecharse la mano, no sé si con sinceridad o sólo con diplomacia para las cámaras atentas. Lo pensé, mientras, a pesar del Covid, Anthony Blinken y Sergéi Lavrov se saludaban antes del encuentro en Ginebra, antesala, dicen, de una posible cumbre entre Biden y Putin. Blinken y Lavrov incluso sonrieron.

    Venían a apartar las muchas piedras del camino. Son los desbrozadores de un terreno muy intrincado. Muchos creen que el espacio para la diplomacia es exiguo, que el asunto se ha enconado demasiado y que hay demandas, de unos y de otros, que no son fáciles de satisfacer. Pero la gran política está para salvar situaciones así. Ya antes hubo movimientos en la retaguardia diplomática, Londres, París y Berlín, fundamentalmente, pero también Sánchez, cuyo apoyo tan decidido e inmediato le granjeó nuevas críticas desde Podemos, o, lo que es lo mismo, hizo aflorar otra vez fricciones en el interior de la coalición.

    No es un asunto fácil, cómo va a serlo, pero hay una cumbre de la OTAN pendiente, que se celebrará en Madrid en junio, y se dice que el presidente Sánchez quiere reivindicar un peso internacional que no ha logrado en un contexto demasiado incómodo y volátil, incluyendo la desatención de Biden que, tal vez, bastante tiene con lo suyo.

    Ahora, sin embargo, justo cuando se cumple un año de su mandato, Biden parece decidido a buscar el apoyo de Europa, en el seno de la OTAN, eleva el tono en una declaración escueta y parece de regreso en la geopolítica europea, que según los gurús ya había sido superada por el Indo-Pacifico y por otros asuntos más lejanos. Ahora se ve que el vértigo contemporáneo no descarta una vuelta a la Guerra Fría tal y como la conocimos y tampoco el temor a la guerra real en las fronteras de Europa. Los analistas hablan de un viejo problema. Europa, dicen también, no va a salirse de la vía diplomática.

    Que emerja de nuevo este asunto significa, tal vez, que el siglo XXI tiene aún muchas cosas del siglo XX, y que no es tan fácil pasar página y mover el eje del orden global, aunque las maniobras navales de Rusia con China, por ejemplo, avisan de la naturaleza cada vez más global de los conflictos, de la complejidad de los escenarios, en virtud de los contrapesos de poder. El asunto de la frontera de Ucrania no sólo es un test para Europa, que lucha contra el regreso a las tensiones de la Guerra Fría, pero al tiempo querría alcanzar un éxito diplomático que le permitiera no tensionar más la relación con Rusia: por razones históricas y por razones económicas o energéticas.

    No resulta tranquilizador un paisaje en el que de nuevo aparecen elementos de viejos escenarios que la Europa moderna no puede ni siquiera contemplar. El despliegue de la tecnología militar se ha acelerado en las últimas horas, y esas imágenes chocan con las de los soldados en trincheras que recuerdan demasiado la atmósfera de las viejas batallas. Y de tantas derrotas de la razón. Ayer decíamos aquí que la guerra es siempre como un regreso a la Prehistoria, aunque, desgraciadamente, este continente aún guarde memoria viva de todo el horror pasado. Se teme que el conflicto pudiese funcionar como una cerilla aplicada a un bidón de gasolina. No en vano, el gas es uno de los ingredientes fundamentales que se esconden detrás del problema.

    Demasiado peligroso como para que pueda ocurrir, dicen algunos. Pero la historia está llena de frases así. Blinken y Lavrov sabían ayer que no pueden permitirse un fracaso de la diplomacia, pero quizás es la voz de Europa, a cuyas puertas sucede todo, quien deba alzarse con inteligencia y con cordura.

    22 ene 2022 / 01:00
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