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Un Messi que se queda

    HAY un Messi que se va y otro que se queda. Uno que abandona el Barça que alardeaba de ser más que un club, y otro que permanece en una Galicia que no fue para él un fichaje político pasajero. Ayer, mirando al tendido parlamentario desde la tribuna donde desgranaba su cuarto programa de Gobierno, el Messi vernáculo pudo recordar las ausencias de tantos adversarios que lo retaron sin éxito. Podría formarse una Cámara entera compuesta por ex combatientes que perecieron en la lucha contra Feijóo, igual que el astro argentino puede imaginar un equipo con todos los defensas a los que dejó atrás y todos los porteros batidos por su magia goleadora.

    Qué tiene Fidel, qué tiene Fidel, que los americanos no pueden con él. Así cantaban los trovadores del castrismo para glosar las gestas del comandante gallego. ¿Y qué tiene Alberto para que un surtido variado de siglas, coaliciones y oponentes no puedan con él después de tantos años, ni siquiera con la alianza de crisis y pandemias? Fidel, un dictador en definitiva, lo tenía más fácil y Messi estuvo en sus años de fábula dentro de una masía acogedora, donde todo el equipo jugaba pensando en él.

    Pero Galicia no es Cuba ni el Barça. Es una democracia en la que no tiene cabida el culto a la personalidad ni la prohibición de las críticas, en la que existe una especie de circo (romano) de nombre Parlamento al que el dirigente ha de acudir para ser como un cristiano en medio de los leones, sin contar con el escrutinio constante que un líder del siglo XXI ha de sufrir desde que pisa la calle. Todo ello hace que los liderazgos tengan una caducidad más temprana. Se van cuando llegan. Y no es el caso.

    En cuanto al símil del equipo, si en el blaugrana todos trabajaban para el brillo del crack, desde el presidente hasta el utillero, en la Xunta ha sucedido lo contrario porque es Feijóo quien está al quite para respaldar a sus jugadores en aprietos. En la delantera, en la defensa e incluso en la portería cuando el gol del contrincante parecía irremisible tras un fallo estrepitoso. Sin hablar de una camiseta, la del PP, en la que se estamparon manchas ajenas con las que tuvo que cargar a cuestas con el riesgo consiguiente de que emborronaran su trayectoria.

    Así que, mientras Messi ordena los papeles para su divorcio balompédico, Feijóo renueva sus promesas matrimoniales con Galicia en la catedral parlamentaria. Admitamos que el deporte que practica el gallego tiene ventajas sobre el otro en que es experto el argentino. En la política democrática quien marca los goles es la afición, que no tiene un papel de espectador arriba en el graderío sino que baja al campo, juega y marca tantos que por costumbre llamamos votos.

    Legislatura tras legislatura esa hinchada exigente no admite otra cosa que estar en Champions, y ve una garantía en quien va a ser investido. Quieren a alguien sólido y de casa en estos tiempos líquidos de líderes que dan la sensación de estar de paso, como los futbolistas que se van después de jurar amor eterno a los colores. El messianismo acaba en una honda decepción. El nuevo albertismo se inaugura con moderación, estabilidad e invocando el santo diálogo, tres cosas raras en la política española que mira hacia aquí con extrañeza. Galicia es así.

    01 sep 2020 / 23:20
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