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Una equívoca metáfora política

    HABRÁN observado que los memes que recibimos se dividen entre los que culpan del desbarajuste de la pandemia a los recortes de Rajoy, y quienes, más sensibles a lo evidente, reconocen la incompetencia del gobierno por tardanza en reaccionar a alertas sanitarias e implementar una política de protección, abastecimiento e información.

    Por extraño que parezca –mueren aún a diario tres veces más que en los atentados y sería normal la unanimidad sobre deficiencias que (con la boca muy pequeña) ni el propio Gobierno niega–, la opinión “de izquierda” insiste en culpar de una gestión desastrosa a recortes que no dudo empeorasen la sanidad pero sí que la desabasteciesen de mascarillas o test, recortes de Rajoy tras los que yo mismo tuve que pagar a la SS una consulta muy urgente fuera de Madrid que no me alivió una salvaje ciática por hernia que me tuvo un mes en cama tras haber contribuido en los años que fui profesor asociado sin generar gasto alguno.

    Todo se deriva de la fascinación de una metáfora que ya perdió la mayor parte del significado (salvo para los intereses de ciertos grupos de poder) y cuya decadencia explica también el auge del nacionalismo. Una metáfora es un símil verbal entre cosas con vínculos de semejanza. Los griegos asociaron metafóricamente navegar y vivir porque ambas cosas eran inestables y rehenes de la fortuna, pero después la metáfora de la rueda se halló más adecuada para representar el inestable vivir.

    Asombra el apasionado partidismo que puede aún provocar la metáfora muerta izquierda-derecha en España. La opinión política es influida por factores biográficos, neurológicos, económico-sociales, etc. y no supone enfrentamiento radical aunque el cerebro tienda al dualismo psíquico.

    Tal rigidez deriva de vivirnos como ideología en una identificación por la que dejamos de concebirnos como sujetos individuales pensantes que toman las cosas por sí mismas en lo que tienen de propio y singular y nos objetivamos al identificarnos con entidades abstractas como una nación, una causa o la “izquierda”, que ejercen un papel sustitutorio del yo libre desprejuiciado, y el disentimiento con las cuales es vivido como amenaza a la propia identidad.

    Hay preferencias e intereses, pero nunca se necesitó ser “de izquierda” o pobre para promover el bien común, como siempre creyeron espíritus mezquinos y divisionistas, ni ser “de derecha” –en lo que aún signifique–, entraña egoísmo individualista. La experiencia enseña que el buen político pacta, asocia, reúne y procura no dividir. Sánchez e Iglesias no se han caracterizado por eso.

    04 may 2020 / 20:11
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