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Una fiesta nacional atípica

    HEMOS de presumir que el Gobierno, o la parte socialista del Gobierno, intentaría superar el 12 octubre, Día de la Fiesta Nacional, de manera impecable, pero ha sido tal la cantidad de incidencias que las anécdotas se convirtieron en categoría. Se salvó el desfile y la recepción real, pero la parte frívola de la celebración los dejaron en segundo plano. Supongo que había unos cuantos motivos, todos de calado, para implicarse a fondo en la organización. Entre otros, recuperar la normalidad tras dos años de ausencia (2020) o semipresencia (2021) a causa de la pandemia, por lo que no se escatimaron medios ni recursos. Participaron los mismos efectivos que en 2019. Convenía, supongo, mandar también un mensaje al exterior, incluido Putin, de que el ejército español está preparado y lo va a estar más en el futuro con el notable incremento del gasto en defensa de los presupuestos para el próximo año. E incluso desde el punto de vista electoral a Sánchez le interesa amarrar a esos votantes socialistas que las encuestas dicen preferir a Feijóo pues rechazan o recelan de las relaciones tan íntimas del PSOE con los independentistas vascos y catalanes.

    Lo más impactante del 12-O de este año se centró en otras cuestiones ajenas al significado de la efeméride. Ayer se puso de manifiesto la nefasta política en la cuestión judicial durante los últimos años, con unos órganos de gobierno de uno de los tres poderes del Estado descabezados. No hay presidente del Consejo General del Poder Judicial, ni siquiera en funciones, que pudiera representarles y a muchos de sus miembros no se les envió la invitación a tiempo. Menos mal que lo hizo la Casa Real, con el lógico sentido de Estado que debe caracterizar a las instituciones.

    Pero lo más chocante fue la maniobra del presidente del Gobierno para evitar los pitidos. Todos los medios coinciden en que retrasó su llegada al desfile para hacerla coincidir con la del jefe del Estado, a quien hizo esperar, con el fin de aprovecharse de los previsibles aplausos a Felipe VI. Operación tan burda que consiguió el efecto contrario: críticas unánimes y más silbidos que nunca. Aunque sea por una vez, son bien merecidos. Sobre ausencias, las justas. Faltaron ministros de los dos bandos, es de pensar que por agenda o motivos personales, aunque sobre los de Podemos siempre quedará la duda. No sorprende la de los presidentes autonómicos de Cataluña y País Vasco. Hay que mantener la rutina. Cabría preguntarles a Aragonés y Urkullu cómo responderían si la invitación viniera de Francia.

    Como es natural, no todo el mundo está pendiente de los fastos oficiales de la Fiesta Nacional. Muchos gallegos, y no gallegos de otras zonas de raya seca, la disfrutaron viajando a Portugal, para goce suyo y provecho de nuestros vecinos. Y otros muchos, por millares, abarrotaron Lugo en el último día del San Froilán, la gran fiesta del otoño gallego. Tal vez por el temor de que tras este hermoso veroño pudiera ser la última estación de la tranquilidad. Los nubarrones económicos se aproximan, tal como nos previenen todos los oráculos, nacionales y extranjeros, salvo el del Gobierno, para cuyas ministras profetas –Calviño, Díaz y Montero– la fiesta no ha terminado. Pisemos tierra ahora o más dura será la caída.

    13 oct 2022 / 01:00
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