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Una lección de consumismo

    MIENTRAS un nieto adolescente visitaba la sección de calzado de un centro comercial, entretuve la espera curioseando los numerosos modelos de zapatillas deportivas exhibidas, que, a la hora de elegir, planteaban un grave dilema al joven comprador.

    La casualidad hizo que fijara mi atención en una caja de zapatillas para niños de en torno a 7 años y en el texto publicitario en inglés que aparecía en la tapa,:

    “Nada puede detenernos,/ nada es suficiente,/ queremos más./ No más tarde, no puede ser, no mañana,/ lo queremos ahora./ Dad rienda suelta a la bestia”.

    Un programa de vida para niños y padres. Hay que exigir todo aquello de lo que nos encaprichemos, hoy y ahora, porque nada es suficiente, nada es capaz de complacernos, por eso queremos más. Y sin las excusas habituales de los padres: “ya veremos”, “en Navidad”, “según los resultados de los exámenes...”.

    El mensaje final es aberrante, irresponsable y algunas cosas más: desata la fiera de tu voracidad consumista.

    El anunciante quiere preparar al futuro adolescente y adulto consumistas; sabe que no se atenuará el deseo de los pequeños consumidores –es más, su objetivo empresarial es que nunca se sacien–, y le incita, instiga, impulsa a consumir, y, cuando se canse de lo conseguido, exija otras zapatillas: de otro color, con otro dibujo, otro diseño, con cordones multicolores,..., diferentes, para que el pequeño se sienta único, o al menos igual, y las muestre con orgullo a sus amigos.

    En el momento de exhibición en el patio del colegio, el niño, con toda seguridad, sentirá tristeza e insatisfacción porque un compañero lleva un modelo igual que el suyo, o más reciente, y tendrá que volver a pedir más y ya.

    Y el niño habrá aprendido demasiado pronto la frustración que provoca el consumismo desenfrenado como plan de la vida, pero seguirá exigiendo.

    Y seguirá la cadena, porque el niño de hoy será padre y tendrá hijos parecidos, que basan la felicidad, una felicidad que no alcanzan, en consumir.

    Me sentiría desilusionado si algún lector viera en estas líneas una lección de moralina y conservadurismo, propios de una antigualla como yo, desconocedor de la importancia que hoy tiene el márquetin, que sobrevalora estas cosas y, además, es incapaz de adaptarse a los tiempos. Pues no es así; mantengo la curiosidad por conocer el mundo que me toca vivir y hacerlo en él pacíficamente, pero nadie puede pretender que esté de acuerdo con determinadas cosas.

    Sé que es más cómodo y fácil “educar” en la permisividad y con el sí por delante, pero a largo plazo este proceder mostrará sus inconvenientes.

    27 ago 2022 / 01:00
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