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Una ley-juguete

    La Ley de Memoria Democrática es el juguete que se le da al niño inquieto para que no moleste. El niño es Pablo Iglesias que estorba en los consejos de ministros mientras los adultos tratan cosas serias como la fusión de CaixaBank con Bankia. Formalmente la coalición gobernante la forman socialistas y populistas pero en la práctica se trata de una convivencia de políticos adultos y adolescentes, en la que se va asentando una división de funciones: los asuntos de fuste quedan en la órbita del PSOE, mientras que las distracciones son cosa de Unidas Podemos.

    Los ministerios morados son como guarderías donde activistas habituados a gesticular se entretienen con sus perrenchas infantiles. Las escasas competencias que les fueron asignadas, o ya están olvidadas o sólo sirven para hacer palotes que luego son corregidos por lo ministros mayores de edad. Lo realmente importante es materia reservada.

    Es lo que sucedió con esa gran operación financiera con la que Nadia Calviño jugó al escondite con Pablo Iglesias. El vicepresidente nominal compuso cara de enojado, lo poco que queda de sus bases denunció la renuncia que se estaba haciendo a los principios fundamentales del movimiento, pero ni Nadia ni los banqueros se inquietaron los más mínimo porque sabían que el bullicio de la guardería no significaba nada. Como así fue y está siendo.

    Todo el mundo sabe que las rabietas de los críos son tan estridentes como pasajeras. Al poco rato los lagrimones se secan y todo vuelve a la normalidad. En todo caso es conveniente darle al niño algo que distraiga su atención, y es aquí donde entra en escena la Memoria Democrática.

    De su urgente necesidad da muestra que Felipe González gobernó con plenos poderes durante catorce años sin emprender ninguna arqueología del franquismo. No formó parte de la agenda de la socialdemocracia hasta que tuvo que entenderse con quienes no tenían otro sustento político que el antifranquismo profesional, y fue entonces cuando se empeñaron en sentar a España en el diván para psicoanalizar su subconsciente. Legislar sobre la memoria es algo que no se le hubiera ocurrido a Freud.

    Los nuevos psicoanalistas parten de la idea de que hay un franquismo reprimido que no se ve a simple vista pero que existe y necesita ser perseguido. Se parecen a aquellos confesores que escudriñaban en la conciencia del penitente, descubriendo pecados donde en realidad no había nada. De hecho el pecado lo creaba el confesor para tener algo en lo que basar la absolución.

    El pecado franquista hace tiempo que quedó enterrado en la historia, pero ahora se exhuma. ¿Por qué? Porque es el juguete con el que más se divierten los socios populistas de Sánchez. En lugar de tanta proliferación de ministerios, un macroministerio antifranquista hubiera sido suficiente para que no dieran la lata.

    No se hizo y hay carteras que son como almas en pena sin nada en que ocupar el tiempo. El antifranquismo y esa redefinición del Estado que Iglesias comenta con Esquerra y Bildu, se convierten en el único pasatiempo. Mientras tanto CaixaBank y Bankia redefinen el mapa financiero sin que nadie los moleste. No toman el cielo por asalto pero sí logran una cartera enorme. Los chiquillos juegan a otra cosa.

    18 sep 2020 / 00:00
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