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Una novela rusa (pero mexicana)

    HABLÉ con David Toscana, un escritor mexicano. De Monterrey. “Somos como de otro mundo, ese México del norte, un lugar industrial”, me dice. Sacó una novela sobre los rusos. ¡Bendita oportunidad!, le digo. Pero no. Hace cuatro años que la escribe. Ha coincidido con el momento, con el mal momento. La portada del libro es uno de aquellos posters de la propaganda soviética, hoy con un halo pop, como de Warhol. Pero es de Válikov. Alzando la hoz y el martillo, un héroe de la CCCP muestra el triunfo del programa espacial, en concreto los vuelos pioneros de las naves Vostok.

    El cartel es de 1962, el año en que yo nací, y un año después del nacimiento de David Toscana. Tiene una extraña belleza y habla de una carrera espacial que, en cierto modo, ha vuelto. Tras la colaboración entre Estados Unidos y Rusia, nadie sabe a ciencia cierta qué pasará ahora. Y hay otros lanzando cohetes, naves en busca de la colonización de Marte y, más fácil, de la Luna. ¡Incluyendo los dos astronautas leoneses que están ya en sus pantallas!

    La frontera espacial ha vuelto como lugar de conquista y de exploración. No sólo como rivalidad política (ahora extendida a otros países, evidentemente) sino como una necesidad urgente: el planeta está averiado y necesitamos un hogar alternativo, por si las moscas. O, al menos, lugares que nos ayuden a subsistir, en medio de esta carrera por la destrucción de la naturaleza.

    El libro de Toscana, El peso de vivir en la Tierra (Candaya) sale en un instante problemático, con la invasión de Ucrania, pero el gran escritor mexicano piensa que ayudará a marcar distancias entre la política y el arte. “Muchos escritores rusos, a lo largo de la historia, escribieron frente al poder”. Digo esto porque el libro de Toscana es una magnífica reivindicación de la literatura rusa, una de las predilectas del autor. Todos los grandes escritores rusos pasan por la trama de este libro, y lo hacen de una manera muy peculiar. El protagonista, Nicolás, un funcionario que deviene en loco, como Alonso Quijano, locos ambos a su manera, dirige su vida a partir de las citas de los grandes escritores de la vieja Rusia: siempre hay una escena, en Gogol, en Pushkin, en Dostoievski, que conduce sus pasos en la realidad mexicana de Monterrey. El lector pensará que es un argumento bizarro, y lo es, pero porque resulta genial. Para mí es una de las grandes novelas del año.

    He aquí un personaje iluminado por su pasión lectora. Cómo convertir la vida en arte, en una palabra. También Don Quijote hace lo que hace por su pasión lectora, y pasa de héroe a antihéroe, y viceversa, pero eso sucede porque se cree la literatura, porque cree que en ella está la verdad y la grandeza. Don Quijote vive en el plano literario y la realidad le golpea por ello. También a Nicolás, que decide llamarse Nikolái Nikoláievich Pseldónimov, y junto a su mujer, ahora Marfa Petrovna, y otros cuantos, convierten el bar en la plataforma de pruebas espaciales Sályut (las primeras estaciones espaciales soviéticas). Flotan, mayormente gracias al vodka, y se apartan de la realidad. He aquí a unos idealistas que reconstruyen su vida como si volaran al espacio. Y, mientras lo hacen, reproducen momentos de la literatura rusa en los que está escrito todo el oleaje del alma humana.

    Una novela extraordinaria que habla, al tiempo, de la huida, de la liberación, de los sueños, y de la dificultad de la vida en la Tierra, del peso de la vida en la Tierra. Justo en estos días en los que a veces querríamos estar en órbita.

    20 dic 2022 / 01:00
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