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Una reina pragmática

MÁS allá de la inicial conmoción pero desde la naturalidad de la finitud de la condición humana, también para los reyes, la muerte física de la reina Isabel II, amén de la noticia a nivel mundial y el pronto estudio y panegírico repentino que en cascadas de miles de opiniones, noticias, videos, programas ad hoc, destaca la impronta e importancia extraordinaria que su figura y el simbolismo que rodea a la misma está suscitando no solo en Reino Unido y en los países de la Commonwealth sino a escala mundial.

Resumir y contener en pocas palabras toda una vida y, sobre todo, un reinado único y que, más allá de errores y aciertos, y los escándalos protagonizados por sus familiares, puede circunscribirse, inequívocamente a un solo vocablo, ejemplar. Sí, ejemplaridad en el desempeño de una función aglutinante, modélica, pragmática y que supo cohesionar a todo un país detrás de una corona y una institución, la monárquica, que no vive las horas más brillantes ni de reconocimiento en no pocos países. Ha sido su forma de ser, su aparente neutralidad política que luego no lo ha sido tanto, su exquisitez en las formas y sobriedad en las palabras lo que ha suscitado una adhesión, cariño y sobre todo y ante todo, respeto hacia su figura y persona como pocas personas son capaces de crear, preservar y mantener para pasar a ese hueco de la historia.

Inmediatamente, solo en la monarquía británica la comparación no es con su padre ni siquiera con su abuelo, sino con la reina Victoria, la monarca que protagonizó buena parte del siglo XIX y que con Isabel II, escriben casi siglo y medio de reinados en dos apasionantes y desbordantes siglos.

Por su longevidad en el trono, por sus ojos han pasado cambios y desarrollos vertiginosos. Vivió una guerra mundial, donde además sus padres, ella y su hermana gozaron del enorme cariño y simpatía de su pueblo tras el coraje y el valor demostrado y el querer estar al lado del pueblo con los bombardeos nocturnos de las principales ciudades británicas. Jamás abandonaron a su pueblo. Esa gratitud siempre estuvo en vida de su centenaria madre. Vivió el desmembramiento de un gran imperio pero a diferencia de otros, sin los traumas o desgarros emocionales que ello supuso.

Isabel II además de reina ha sido y es un símbolo. Coherencia y ejemplaridad. Rigor y cercanía. Nunca ningún otro británico en la historia ha conocido a tantos súbditos-ciudadanos como ella ni nunca tantos la han conocido a ella a través de decenas de miles de actos, audiencias, encuentros, paseos, viajes, ceremonias, etc. Y siempre con el rigor y el protocolo de una mujer incapaz de separar un milímetro sus deberes de la función cuasisagrada que simboliza la institución que hilvana, une y cose un país con algunas fracturas como son Escocia e Irlanda del norte desde el punto de vista de tensión política. Pero su figura ha sido, incluso aquí, indiscutible.

Vivió momentos para la historia y protagonizó otros en la historia. Vivió hechos como el ingreso en 1973 de reino Unido en la CEE y solo hace unos años el brexit. Y su posición, de equilibrio y silencio hacia el exterior, fue de una exquisita prudencia y sentido de estado sin que supiésemos su opinión personal o que ésta haya trascendido.

Sus mayores dificultades no han venido sin embargo por lo público y lo político sino por los comportamientos de su círculo familias, en ocasiones entre el bochorno, la vergüenza y el escarnio. Comportamientos que ha tenido que vivir y sufrir como reina y como madre imponiéndose lo primero a lo segundo.

Solo la fragilidad de la vida y la inminencia de una ancianidad que en su caso ha sido tan benévola como, prácticamente hasta el final salvo en los últimos meses, generosa en su salud e integridad física, dejan paso a un final, la muerte, que corona y jalona una vida y un servicio modélicos, ejemplar y sobre todo, pragmático. Nadie como ella ha sabido adaptar la institución y sus rigideces al pragmatismo que han ido imponiendo y sucediéndose en las distintas décadas. Y lo ha hecho con tal discreción, pero sobre todo éxito que hoy sigue siendo una institución, la monarquía, respetada y venerada y así la recibe su heredero.

Se cierra una larga etapa donde han brillado sobre todo las luces y el aplauso de los suyos. Muchos solo han conocido a lo largo de sus vidas o han tenido solo en sus vidas ese eslabón vital y emotivo, su reina. Por eso, la lloran y aplauden con regocijo y agradecimiento. Su trayectoria modélica ha sido virtuosa, con un trato elegante y exquisito donde la distancia ha sabido ser diluida sin desaparecer. Y por ello tiene y tendrá su lugar en la historia y probablemente el juicio de ésta será magnánimo.

10 sep 2022 / 01:00
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