Ver, oír y callar

ESTUPOR ha causado la descalificación librada por el señor Rivera contra Ciudadanos, partido que abandonó tras un fracaso electoral de muy padre y señor mío que precipitó su salida de la política. Caben varias explicaciones, ninguna favorable.

Descartado por impropio de caballero español un ajuste de cuentas con su sucesora en el liderazgo del partido naranja, es lícito suponer que el desmadre obedece a que no soporta el mono que sigue al dejar la escena política, que según dicen funciona como droga para algunos de los que a ella se entregan con más pasión que futuro. Como desengancharse de la adicción de la noche para la mañana está al alcance de pocos y selectos, se podría disculpar que don Albert aún no lo haya conseguido.

Pero puede maliciarse que se deba a intenciones políticas habida cuenta del momento en que se produce: poco después de que el PP anunciara que había encomendado al despacho de abogados donde trabaja el susodicho la presentación de un recurso de constitucionalidad contra el Gobierno de coalición. No hace falta magín caliente para sospechar que la pura coincidencia no es una explicación preferible a estas: maniobra de cortejo a Rivera o simple minado de la posición de la líder de Ciudadanos.

El concernido sabrá por qué lo hizo, pero algo chirría en su arremetida: que Ciudadanos, que se reclama de centro y bi-sagrero, se entienda y aun pac-te con el PSOE cualquier asunto de interés general no tienen nada de extraño desde el punto y hora que los votantes castigaron en las últimas generales la negativa del entonces líder a hacer lo que todas las encues-tas confirmaban: que los votantes veían con buenos ojos el arrimo a los socialistas, no a la ultraderecha.

Tiene derecho el señor Rivera a opinar lo que quiera so-
bre lo que le venga en gana,
pero sepa que largando sin ta-sa perderá el mínimo crédito que le deparó su rápida salida del ruedo político. Es de discretos hablar lo justo en el momento preciso.