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Verano gris

    Es verano. El día está gris, amenaza lluvia. No hace frío ni calor. La tarde discurre plomiza, rosaliana, casi poética. Es verano, nada ocurre, nada sucede, todo marcha como a cámara lenta.

    Las olas pequeñas pero insistentes e incesantes se estampan en la arena. Observo tumbado en la playa recostado sobre la toalla caliente, un sinfín de remolinos en el agua. Dejo pasar la tarde mirando y mirando ese mar de olas arremolinadas sin que la preocupación me invada. Es verano. En la otra orilla diviso una atractiva silueta también recostada envolviéndose sobre otra forma extraña. Una joven pasea juguetonamente su perro por la orilla del mar; le arroja un palo al agua que el animal disfruta atrapándolo con su boca y trayéndolo de nuevo a los pies de su ama. Mil veces repite la misma acción, mil veces la observo. Es verano... el día es gris, el mar es gris, el cielo está gris... todo transcurre a cámara lenta. El paseo marítimo acoge a varios paseantes bastante abrigados. Charlan sin cesar, no muy animados, pero sin parar; uno escucha, el otro no para de hablar. De vez en cuando, el que habla le echa la mano al antebrazo de su compañero para frenar su camino y enfatizar la conversación. Parece como si el día tuviera cien horas para alargar la charla.

    Suenas unas campanas horarias en el campanario de la iglesia. De repente se cuela el sermón del párroco que se escucha en todo el pueblo. Enfatiza la tristeza del día, lo gris... Pero es verano, todo transcurre lentamente. En el mar, un submarinista repite varias veces la inmersión en busca de ese escurridizo pez que no se deja atrapar. Resopla aire y agua salada por el respiradero y adentro otra vez... Al tiempo, un lancha repleta de nasas se divisa mar adentro; el patrón arroja las nasas al agua con una precisión admirable; todas caen igual, todas hacen el mismo chapoteo al contacto con el agua; mientras, el patrón, distraído, mira hacia el horizonte y aprieta o masculla un gigarro entre los dientes. Bocanada tras bocanada, nasa tras nasa, la tarde discurre plomiza, rosaliana, gris.

    En esta tarde lenta de bañistas solitarios y caminantes conversadores, de faena y ocio; de sal y lluvia, queda lejano el eco del telediario con sus mensajes apocalípticos y futuros nada claros. En esta tarde gris donde todo transcurre lentamente, poco importa la subida de los carburantes o la regulación de la luz de los escaparates; no es tarde de verano para pensar en cómo subió la verdura y la fruta en el mercado, en cómo se nos viene encima un invierno indeseable y grosero. En cómo los políticos siguen administrando tan mal los anhelos de los administrados. En cómo va a acabar todo esto de los incendios... En cómo en pocos años somos capaces de echar a la basura todo el esfuerzo de nuestras generaciones anteriores. Que digo unas generaciones anteriores, en cómo somos capaces de arruinar el Planeta ante nuestros propios ojos.

    Por eso me dejo ir escuchando el run run de las olas batiendo en la playa, tratando de ganarle un centímetro más a la arena fina. Para no pensar en lo que se me viene encima (se nos viene a todos). Viendo ese mar gris, esas olas traviesas, ese perro juguetón, ese submarinista esforzado, esos viandantes conversadores, esa bañista que juguetea con su perro... Viendo todo eso me evado de un mundo que no me gusta nada de nada. Y me pregunto cuando nos pedirán opinión para algo, cuando entenderán lo que queremos de verdad.

    Mientras eso no ocurra, sigo oyendo el armonioso run run de las olas batiendo en la playa. Música de verano.

    01 sep 2022 / 01:00
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