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Verdades y despropósitos

En determinados momentos de la vida, quien más quien menos fantaseó con presentarse a unas elecciones. Seguramente, si se hiciese una encuesta entre los que amenazan con convertirse en candidatos sin que en realidad tengan una verdadera intención de llevar este plan a la práctica, saldrían los comicios municipales como los que más provocan este sentimiento de hacer efectivo el derecho al sufragio pasivo. Es el poder más cercano y el que el ciudadano ve más accesible. En pueblos pequeños, no resulta difícil montar una lista entera y basta una inoportuna ordenanza o que la Policía Local se pase de frenada con las multas para que surja alguien dispuesto a amagar con una candidatura que amargue la vida a los que gobiernan sin pensar en los demás.

En edad adolescente, esta ingeniosidad se tiene a veces simplemente por ir en contra de lo establecido. Conocí a uno que hoy es abogado que pretendía llevar en su programa un plan de expansión de la prostitución gratuita del que se beneficiarían los vecinos más necesitados. Otro, que no tenía precisamente vocación de párroco, prometía dotar a la iglesia de un botafumeiro similar al de la catedral de Santiago para quemar marihuana durante las noches de los sábados. Y había un tercero que proponía abrir una academia multidisciplinar para ayudar a los estudiantes de Secundaria a aprobar sus exámenes, pero el método no consistía en proveerlos de conocimientos, sino en amenazar de muerte a sus profesores. Era una idea empresarial que él barajaba en privado y de forma clandestina, pero hacerlo de manera oficial y con inversión pública le daba otro empaque. Si a alguien, en aquellos años ya algo lejanos, se le ocurriese presentarse con estas tres propuestas, lógicamente, lo tacharían de peligroso perturbado. Pero en el mundo disparatado de hoy, tendría muchas posibilidades de ser elegido alcalde.

Donald Trump, cuya candidatura a la Casa Blanca iba en serio y hace seis décadas que pasó la edad del pavo, llegó a la Presidencia de Estados Unidos con exabruptos y frases delictivas como esta: “Si eres una estrella, puedes agarrar a las mujeres por el coño”. En una de sus sentencias más prudentes, el republicano dijo que construiría un muro en la frontera con México y que lo sufragarían lo mexicanos. Aquí también hubo quienes pretendieron levantar una tapia sibilina con España y pasarle luego la onerosa factura a los españoles. Una tapia no tiene la gravedad de un muro, pero fractura la convivencia, por mucho que desde Cataluña se alegase, en no pocas veces con razón, que igualmente Madrid está más sordo que una tapia.

El inefable Trump también prometió meter en la cárcel a su adversaria demócrata Hillary Clinton. Y nuevamente encontramos en España el reflejo de esta advertencia. De hecho, Junqueras y compañía hace años que duermen en prisión. Es el peso de la ley y la levedad de los políticos ante dificultades que les superan. Porque el encierro de unos pocos dirigentes independentistas no resuelve un problema que afecta a dos millones de personas y que se volverá a manifestar tras las elecciones del 14-F, como bien intuye Pablo Casado, que esta vez se apresuró a plantear un nuevo modelo de financiación para Cataluña, obviando que algo parecido era lo que reclamaba Artur Mas antes de precipitarse por la devoradora pendiente del soberanismo más insurgente.

Una tarde, en una de sus fértiles clases de Historia del Derecho, el catedrático de la USC Alfonso Otero, apodado El Margarito –que se jactaba por ser uno de los profesores universitarios que más suspendían en España, el reverso de la macabra academia de refuerzo docente citada anteriormente– calló las risas de sus alumnos gritándoles: “Yo puedo decir cosas raras, nunca tonterías”. Tal vez, a esta dual división de los contenidos de las expresiones orales improvisadas pueda acogerse el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, para justificar el tratamiento de “exiliado” que le dio a Carles Puigdemont. Habrá gente a la que le suene raro y serán legión los que no estén de acuerdo, es un concepto discutible, pero convendremos que nada tiene que ver con las tonterías, groserías y salidas de tono aquí comentadas. ¿Más grave que considerar al exmandatario de la Generalitat exiliado no será, acaso, llamarle “golpista” al presidente del Gobierno de España desde la misma tribuna del Congreso en la que Tejero secuestró a tiros al poder legislativo, como hizo repetidamente el PP? Por eso extraña que Felipe González se mostrase en este asunto tan lenguaraz contra el líder de Podemos, después de no abrir el pico cuando Pedro Sánchez fue puesto a la altura de Milans del Bosch. Seguramente, aún no asimiló la dura derrota en las urnas que le infligió en las primarias del PSOE en las que el jarrón chino socialista respaldaba a Susana Díaz.

Yo no creo que me presente nunca a unas elecciones, pero si lo hiciese, prometería una idea que nace de observar la tristeza: que el Estado hiciese posible la última voluntad de los desahuciados, para que no abandonen este mundo sin ver cumplido algo que soñaron toda su vida. Claro que, a lo mejor, el deseo de alguno es demasiado complejo: que desaparezcan los políticos inoperantes.

29 ene 2021 / 00:00
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