Virus y distancia

OLOF Palme era el primer ministro de Suecia, pertenecía al Partido Socialista y era muy popular, tanto que fue asesinado en plena calle. En una reunión internacional coincidió con un representante del Gobierno portugués salido de la Revolución de los Claveles, aquella revolución incruenta en la que las flores sustituyeron a las balas.

El sueco preguntó al portugués qué pretendían con la revolución; “eliminar a los ricos”, contestó nuestro vecino. “Pues nosotros –dijo el sueco– lo que queremos es eliminar a los pobres”. En todo caso, de lo que se trataba era de un acercamiento de las clases sociales eliminando la tradicional distancia histórica entre las mismas.

Después de muchos siglos de diferencias insalvables entre clases sociales (recuérdese a Platón y las dos ciudades dentro de la ciudad) llegó el momento en que las desigualdades sociales tocaron el mínimo anhelado: fue la influencia, en todas las naciones y no solo en Rusia, del marxismo con su pretendida superación de la lucha de clases que había sido el motor de la Historia.

Fue una simple aspiración, pero el capitalismo adoptó reformas que la Humanidad pedía a gritos y que ahora nos parecen simples y necesarias. Los hombres fueron más iguales entre sí, dentro de un orden.

Y ahora, para luchar contra el virus, nuestro Gobierno acuña un lema, “guardar la distancia social”. ¿Quién sería su autor? Es lo mismo. La frase ya es una norma de conducta insoslayable. Pero a mí, desocupado y confinado, me ataca un poco a las neuronas. Si yo tuviera que definir la medida, le llamaría “distancia intrapersonal”, porque “distancia social” me parece una regresión: es algo así como hacer retroceder la Historia a tiempos oscuros y desiguales en los que la distancia era grande y perjudicaba siempre a los débiles.

En tiempos de pretendida igualdad, aun reconociendo que es metafísicamente imposible, hay que guardar las formas en el lenguaje, que no es más que la representación de la sociedad en un momento determinado.