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Vivat Academia, vivant professores

    HOY acaba la ABAU. ¿Qué le diría a los que van a acceder a nuestras facultades?

    Empezaría por decirles lo que impresiona el ver como las aulas se llenan. Pero impacta todavía más el ver cómo hay gente que llena todo un aula sólo con su presencia. Caramés lo hacía cada mañana, cuando a eso de las nueve entraba por la puerta. No era sólo su vestimenta elegante. No era sólo su incipiente barba canosa. No era sólo esa locución suave y docta cargada de precisión, pulcritud e ironía. Era todo el conjunto. Una suma que todavía hoy, cada vez que la palabra catedrático asoma por mi cabeza, me devuelve el recuerdo de su imagen.

    Seguiría por decirles que son personas afortunadas. Acceder a la Universidad es algo muy grande y va a darles la oportunidad de encontrarse con gente que, como Quiñoá, acabe por hacerles disfrutar de las matemáticas. Como Duro, sea capaz de explicar algo tan complejo como la fiscalidad desde la sencillez más absoluta. O como Salomé, les ayude a escalar las escarpadas pendientes de la contabilidad de costes. Pero, ¿saben lo que es todavía más importante? Que aunque ellos hoy ya no están, sus enseñanzas, sus recuerdos y su impronta quedarán para siempre en nosotros. ¡Ese es el auténtico espíritu de la Universidad!

    Les diría también que lo aprovechen, porque los próximos cinco años marcarán cada uno de los días del resto de su vida. Aprenderán del rigor de maestros como Pousa. Descubrirán el método científico de la mano de docentes como Olariaga. Conocerán anécdotas y experiencias únicas de profesores como Pérez Touriño. Y disfrutarán de coloquios irrepetibles como los que organizaba Cancio, el sabio de Vegadeo, cada viernes en el Aula A. ¡Qué inmenso lujo es ser miembro de la Universidad!

    Recuerdo que una mañana, en quinto, tras exponer un trabajo sobre el sistema de pensiones, el profesor Caramés me dijo: “Sr. Gómez. No sé si sabrá usted mucho de pensiones. Lo que sí sé es que podría venderle una lavadora a quien quisiera. Y créame –apostilló con tono lacónico–. Es mucho más difícil lo segundo que lo primero”.

    Después de aquello, nos encontramos muchas veces. Siempre me preguntaba: “Modesto, ¿cómo van esas lavadoras?”. Yo siempre respondía: “Luis, sigo centrifugando”.

    La última vez que tuvimos esa conversación fue en el Alabama. Pero estoy seguro que cada vez que vuelva allí la pregunta resonará en mí. Y, en silencio, miraré al cielo y contestaré: “Aquí sigo centrifugando, mi querido profesor”. ¡Esa es la magia de la Universidad! Que hay enseñanzas que nunca dejan de centrifugarse en tu interior.

    10 jun 2021 / 01:00
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