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Vivir con esperanza

    el cansancio del año pandémico, en plena segunda ola, nos afecta a todos; igual que la esperanza de una pronta vacuna segura y eficaz. La Universidade de Santiago de Compostela experimentó un cambio paradigmático en los años ochenta, modernizando sus estructuras y apostando por el futuro, así como encarando los extraordinarios desafíos que se avecinaban en materia de innovación e investigación científica. Los resultados exitosos en esta carrera de fondo no se hicieron esperar gracias al talento y compromiso de los investigadores. Y hoy, amenazados por la covid en el mundo entero, los científicos de la USC están en condiciones de aportar soluciones aplicadas desde distintas ópticas: clínicas o sanitarias, matemáticas para predecir la evolución de los contagios y herramientas para radiografiar socialmente los territorios, entre otras. Y, como apostillaría el rector, Santiago trabaja en tres de los doce proyectos de vacunas que se desarrollan actualmente en España.

    Así lo pudimos comprobar en el reciente foro, organizado por el Consello Social de la USC, donde se presentaron y pusieron en común hasta ocho líneas de investigación relevante en la lucha contra el maldito coronavirus. Santiago y Galicia pueden y deben estar orgullosas de su universidad, y bien haría la sociedad en conocer mejor lo que tenemos en casa. Casi todos esos proyectos de investigación gozan de financiación que les llegó a través del programa de micromecenazgo que hace un año puso en marcha la USC. 100.000 euros a día de hoy de unos trescientos donantes. Está muy bien, pero es insuficiente. Conviene mantener aportaciones regulares, por pequeñas que sean, desde las posibilidades de cada cual naturalmente.

    Porque a estas alturas de la pandemia, todos conocemos a personas que sufrieron la infección, a veces con severas consecuencias, cuando no de fallecimiento. De ahí que en la coyuntura actual estemos obligados a unir todas las energías posibles, establecer alianzas ambiciosas y propiciar la generosa cooperación de los actores implicados: Administraciones Públicas, industria farmacéutica, centros de investigación y personal científico, mecenas y las propias personas a título individual. Se imponen recetas de mayor colaboración público-privada. Este reto de salud pública, y también económico, pide la concurrencia de todos, dando cada uno lo mejor de sí mismo. Solo es posible superarlo juntos.

    16 nov 2020 / 00:00
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